ANÁLISIS
El Barça y la pereza del otoño
Lo único que queda por desear es que los rivales espabilen, quizás entonces consigamos que el equipo no se vea tan sobrado
Indolencia. Desidia. Dejadez. Apatía. Pereza. Pueden elegir la palabra que más les guste para definir lo que vimos ante el Levante. Apareció de manera inconsciente. Tras una serie de victorias consecutivas, tras verse de nuevo líderes de la competición sin demasiado esfuerzo, tras mirar a ese cielo de las cuatro de la tarde y medirse en carrera ante ese Levante correoso. Y como si fueran un espectador más, observaron la caída. No parecía especialmente dolorosa, porque había un buen cojín y el calendario marca que ni siquiera ha llegado el invierno. Así que la indolencia se apoderó de ellos. La desidia les abrazó. La apatía les dejó sin margen de reacción. Y la pereza les durmió.
El Barça saltó al campo del Levante como ha hecho en tantos otros partidos de liga los últimos años: dispuesto a aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Se trata simplemente de gastar la mínima energía posible para conseguir el resultado que has venido a buscar y, cuando funciona, les aplaudimos por su capacidad para dosificarse. Pero se llevaron un baño de realidad, la aportación de fútbol va disminuyendo cada temporada que pasa, y parecen no darse cuenta de que ya no hay margen para regular fuera de casa.
Ilusión relativa
La derrota ante el Levante es una excelente lección, como la de San Mamés, la de Pamplona o la de Granada. ¿Por qué no parecen aprenderla? La respuesta está en la clasificación de la liga. El vestuario azulgrana se marchó de Valencia dolido. Para cuando llegaron a Barcelona, el Atlético ya había empatado. Y para cuando se fueron a dormir, el Madrid había sumado otro raquítico punto ante el Betis. El margen de error es tan grande y la presión de los rivales tan laxa que los jugadores del Barça pueden despertarse en diciembre y aun así ganar esta liga. Cuanto menos te exigen, menos das. Y más, cuando gran parte de los componentes del vestuario han sumado ocho de las últimas once ligas. Y ahí, hagamos autocrítica, su ilusión por ganar un nuevo campeonato es tan relativa como la del entorno que les rodea.
Viendo que este es uno de los peores Barça de la década, peligrosamente parecido al año del Tata, y que no se intuye un líder en el banquillo o en el campo capaz de frenar esta deriva, lo único que queda por desear es que los rivales espabilen. Quizás entonces, consigamos que el Barça no se vea tan sobrado. Si la competición sube el listón, el nivel azulgrana también aumentará.
La cuestión es si, para entonces, el fútbol va a aparecer. Porque si el equipo se amanera, si no crece en esta fase de la temporada, resulta difícil creer que, de pronto, en enero va a poder activar el interruptor del juego sin más. Ojalá todo fuera actitud. Porque la actitud tiene una fácil solución.
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