Dos muertes

Dediqué el Día de Difuntos a repasar las páginas de publicidad de varias funerarias. Es un deporte que practico con una cierta periodicidad, concretamente una periodicidad anual, siempre en un día como este. Busqué alguna perla, como otros años: un lanzamiento de cenizas al espacio, la conversión de las cenizas en una joya, un modelo nuevo de ataúd. Ahora, sin embargo, la tendencia de las funerarias es humanizar el producto, presentarlo como si se tratara de un crucero a unas islas paradisíacas. Espacios de silencio, ceremonias personalizadas, audiovisuales, retransmisión en directo del funeral, duelo compartido.

De hecho, no es humanizar el producto sino venderlo con una asepsia fenomenal, como una promoción inmobiliaria. Eso sí: el tono general de la propaganda es vaporoso, difuminado, con un flou que convierte el momento terrible en un terrón de azúcar.

Ayer, en el ascensor de una facultad de Medicina, coincidí con los empleados de una funeraria que llevaban un cuerpo cedido a la ciencia. Una bolsa blanca, cerrada con una cremallera, sobre una camilla. Charlaban distendidos, ajenos a la soledad extrema. Los dejé pasar. Era la nada. La realidad sin matices, sin filtros.