Valverde y el sufrimiento

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Jordi Puntí

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Pep Guardiola aguantó cuatro años. Luis Enrique aguantó tres años. Quizás, por lo visto en el partido ante el Levante, y en todo lo que llevamos de temporada, Valverde tenía la mecha más corta y debería haber dejado el Barça tras la segunda temporada. Es una hipótesis de trabajo, extrema si se quiere, pero a algo tenemos que agarrarnos los aficionados ante tanto desconcierto.

Hasta el momento, el equipo ha ido dando bandazos, como si le costara tomar una dirección clara, y si un día gana por 5-1 con festival de goles, el otro demuestra una debilidad de carácter que se traduce en una victoria ansiosa, como ante el Slavia de Praga, o directamente en una derrota de plomos fundidos, como la de este sábado.

No hay duda de que dos Ligas y una Copa del Rey son un bagaje de éxito para el Barça de Valverde, pero el peaje pagado es que es que al mismo tiempo el equipo se ha ido alejando de una filosofía de juego, un estilo que le había dado personalidad. Así, puede que la máxima aportación de Valverde a este Barça sea la capacidad de sufrimiento.

La tercera   derrota del Barça ha coincidido con la tercera suplencia de Busquets, y hasta aquí puedo leer

Un buen día, el sacrificio defensivo y las ganas de competir se convirtieron en la principal virtud, cuando en realidad siempre habían sido la alternativa, el plan B para el día en que no salía bien el fútbol de toque y posesión. Nunca sabremos del todo si cultivar el arte de sufrir era una apuesta activa de Valverde, que en otros equipos le había ido bien, o si era la única salida a la política errática del club en cuanto a esta Masia que ahora celebra los 40 años por todo lo alto.

La tercera derrota del Barça ha coincidido con la tercera suplencia de Busquets, y hasta aquí puedo leer. A nadie se le escapa, sin embargo, que Valverde ha tenido que enfrentarse también contra un elemento sentimental: bajo su reinado hemos dejado atrás definitivamente el recuerdo de ese centro del campo con Xavi e Iniesta, y en realidad el equipo lucha también contra el peso de la memoria feliz. A esos cambios inevitables hay que añadirle el envejecimiento de la plantilla y una renovación a medias --De Jong, Arthur Ansu Fati como futuro--, pero también un elemento exterior: ahora los rivales saben jugarle mejor al Barça con la presión alta. Es algo que ya se vivió en el último año de Luis Enrique: la sustitución general de los métodos de Mourinho por las ideas de Jürgen Klopp. Aunque también es cierto que, quien tenga dudas, siempre puede fijarse en la convicción en un estilo del Manchester City de Guardiola.

Todo lo cual nos lleva a la actitud de algunos jugadores, o más bien a la falta de actitud, sobre la que Ter Stegen ya avisó tras la locura de Praga. De puertas afuera, el entrenador ha mostrado últimamente un comportamiento vagamente jesuítico, con decisiones poco comprensibles y una tendencia a la dinámica de castigo y recompensa como “decisión técnica”. Pienso en el ostracismo en que ha caído Aleñá, o el descarte de Junior Firpo el pasado sábado, que ni siquiera cuenta ya como primer suplente de Alba. Tampoco cuadra su escaso interés en Rakitic. A ratos sospecho que Valverde ha perdido la conexión emocional con su plantilla. Mal asunto.