Al contrataque
Insurrección
Justificar, amparar o excusar la violencia es el paso definitivo para perder cualquier autoridad moral en la defensa de una idea
Carles Francino
Periodista
“¿Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité? Nadie es mejor que nadie, pero tú creíste vencer. Si lloré ante tu puerta, de nada sirvió…”.
Hace días que los primeros versos de esta canción de El Último de la Fila me rondan por la cabeza. Y no puedo evitar que el lamento -y el reproche- que transmiten me conecten con lo que estamos viviendo -y sufriendo- en Catalunya. Incluso el título, ‘Insurrección’, podría ajustarse al salto que ha dado el independentismo. El otro día le oí decir a una profesora de Derecho internacional que el ‘procés’ ha mutado en un movimiento revolucionario -o insurreccional- y esa reflexión me dolió: “¡Hala, qué exagerada… ya estamos” -pensé- pero debo admitir que no le falta razón.
Traidor el último
Basta con esbozar el retrato de lo que algunos pretenden imponer como realidad cotidiana: carreteras cortadas, vías férreas saboteadas, aeropuertos inutilizados, universidades bloqueadas, barricadas en las calles, incendios, pedradas a la Policíaincendios... y la indeseable guinda de líderes políticos y civiles justificando -cuando no jaleando- tamaño desastre; el ‘pollastre de collons’, sugerido hace tiempo desde Waterloo… o sea, que la Catalunya oficial independentista enfila los senderos extremos de la CUP, con la colaboración interesada de Torra, Puigdemont y otras estrellas del soberanismo posconvergente y la aquiescencia pusilánime de Esquerra Republicana, ¡traidor el último!
Pero no sé si todo el mundo es consciente del túnel en el que estamos entrando. Porque justificar, amparar o excusar la violencia es el paso definitivo para perder cualquier autoridad moral en la defensa de una idea; aunque de forma incomprensible, una parte del independentismo parece tener prisa en dar ese paso. ¡Viva el conflicto que nos hace famosos en el mundo! Pero yo creo que ni pedir la libertad de los políticos presos, ni exigir un supuesto derecho de autodeterminación, ni reclamar una república independiente… nada justifica esta peligrosa deriva. Rosa Lluch, que de los efectos perversos de la violencia -por desgracia para ella- sabe algo, insistía la otra tarde en este punto. Y lo hacía, por cierto, tras soportar el lanzamiento de huevos contra ella a las puertas de la universidad, mientras intervenía para el programa ‘Planta baixa’, de TV-3. Rosa cree que llamarle a alguien “equidistante” no es un insulto sino un piropo, porque significa que ese alguien está dispuesto a escuchar -y tratar de entender- a todo el mundo.
Yo estoy con ella. Y con Manolo García: “Me siento hoy como un halcón, herido por las flechas de la incertidumbre. Me siento hoy como un halcón, llamado a las filas de la insurrección”. Pero la insurrección del respeto y la empatía. No esta cosa épica y peligrosa que nos han vendido.
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