Las elecciones del 10-N

Gobiernos débiles... ¿para siempre?

El peligro es que la investidura -y no digamos la gobernabilidad- siga siendo complicada tras el próximo domingo

ilu-joan tapia diumenge

ilu-joan tapia diumenge / periodico

Joan Tapia

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El próximo domingo los ciudadanos tenemos una cita quizá no fácil, pero si relevante. Llevamos cuatro años, desde el 2015, sin un Gobierno sólido y estable. Los dos partidos clásicos tienen culpa porque no supieron abordar –ni juntos ni separados– la crisis económica del 2008. Pero los nuevos partidos, Podemos y Cs, nacidos por este orden tras aquella crisis en las europeas del 2014, no han ayudado a encauzar nada. Han fracasado.

Cs ha dejado pasar la oportunidad de ser un amplio y templado partido liberal y muchos electores –incluso de los suyos– creen que Albert Rivera no es ya el hombre adecuado para encarnar el centro, algo que exige ponderación, madurez y no caer cautivo de los sueños. Quizá es peor lo de Pablo Iglesias, que quería ser la voz de los desencantados de la socialdemocracia y que no solo se equivocó en el 2016, impidiendo un Gobierno de centroizquierda, sino que ha vuelto a mostrar una increíble falta de cálculo, fruto de su tendencia al caudillismo. 

La incardinación de Catalunya

España necesita ya un Gobierno que pueda gobernar –aunque no sea el ideal– y que afronte la crisis política y las incógnitas socioeconómicas que amenazan a un país que supo enterrar sus 'demonios familiares' de gran parte del siglo XX. Un Gobierno que afronte la incardinación de Catalunya –la de Euskadi es más fácil por la racionalidad del actual PNV– sabiendo que los problemas complejos no tienen soluciones simples. El Instituto de la Empresa Familiar, que reúne a gran parte del sector privado, y el Banco de España acaban de señalar que la crisis catalana es un lastre para la estabilidad y, francamente, Pablo Casado, pese a su positiva evolución, no parece muy calificado. Es absurdo seguir avalando de primera por Barcelona a Cayetana Álvarez de Toledo, de valor intelectual, pero que hizo que el PP cayera de seis a un único diputado catalán en las elecciones de abril. 

La economía española
aguanta más que la europea, pero la desaceleración y la crisis catalana exigen decisiones

Si, como dicen todas las encuestas, el PSOE gana sin mayoría clara, la investidura –y no digamos la gobernabilidad y los Presupuestos del 2020– volverán a ser complicados. Hará falta gran capacidad de pacto, asignatura en la que Pedro Sánchez está lejos de la excelencia. Y el pacto no será fácil. ¿Con Podemos más el PNV? Difícil. ¿Con un Cs revisionista? Parece que esta vez la coalición socialista-liberal no será viable numéricamente. ¿Con el PP? La gran coalición –gobierno conjunto de los dos partidos competidores– solo conviene en momentos excepcionales y si hay cierta base común. En Alemania ha funcionado a medias, pero ha engendrado una protesta populista que en España –visto que Vox no es flor de un día– sería muy peligrosa. Además, ni el PSOE es el SPD, ni Casado (o Rajoy o Aznar) la integradora y habilidosa Angela Merkel. Lo que no hay duda es que la relación del PP y del PSOE debería ser otra. El PP no puede proclamar que el PSOE –partido clave de la izquierda– es la catástrofe. Ni el PSOE lanzar la sospecha de fascismo sobre el partido conservador. 

La ambición legítima del PP y del PSOE es derrotar al otro, pero debería haber algunos puntos de convergencia. Ni la crisis catalana ni la economía dejan otra opción. Sobre Catalunya, el PP tendrá que abordar una revisión profunda de toda su política desde que acabó la entente Aznar-Pujol. Nueve años después, está claro que la idea del PP de que la sentencia del Constitucional del 2010 arreglaría las cosas no solo no ha funcionado, sino que, como advirtió José Montilla, ha aumentado la desafección y el independentismo ha saltado de menos del 20% al 47%. Puede no gustar, pero sería de ciegos no verlo.

Exceso de déficit público y demasiada deuda

A corto plazo, la economía va algo mejor de lo temido, pero la incertidumbre es alta y España sigue con exceso de déficit público y demasiada deuda. Pero la demanda interna tira, por aumentos salariales superiores al 2% y un gasto público algo mayor. Y el crecimiento del PIB en el tercer trimestre se ha mantenido en el 0,4% frente al 0,2% en la UE. Y el anual en el 2% frente al 1,1% de la zona euro. 

Crecemos el doble que Europa, pero el desempleo del 14,2%, aunque ha caído mucho desde el 27% de la crisis, sigue siendo el doble del 7,5% de la zona. Nadie tiene la varita mágica, pero el catastrofismo es la peor medicina. Los socios del Instituto de la Empresa Familiar acaban de puntuar la situación económica con un 5,33. Un aprobado, aunque más tímido que el 5,48 del 2018 y el 6,22 del 2017. 

El próximo Gobierno tendrá que coger los dos toros –Catalunya y la economía– por los cuernos. La primera condición es que no esté en funciones. O en precario.