Bancos de datos

Se acabó: ya no somos el producto

La nueva frontera es olvidarnos de los datos como el petróleo del siglo XXI y considerarlos una llave para desbloquear beneficios comunes

ilustración opinión "Ya no somos el producto"

ilustración opinión "Ya no somos el producto" / 123RF

Liliana Arroyo

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Por fin la lucha por la soberanía digital empieza a tener frutos. Meses de investigación y entrevistas confirman que otra economía de los datos es posible. Hace seis años, cuando empecé con temas de sociedad digital y privacidad, era doloroso despertar conciencias, porque no había alternativas que recomendar. Rectifico. Opciones había, pero eran demasiado técnicas, con interfaces crípticas y nada intuitivas. Solo aptas para perfiles específicos, con conocimientos de programación y alma activista.

Afortunadamente, las cosas están cambiando gracias a las iniciativas de emancipación, precisamente como reacción a unos modelos de negocio invasivos y desiguales. Todavía dominan el mercado –y lo seguirán haciendo un tiempo más-, pero empezamos a contar con ejemplos éticos y viables. Dichas iniciativas parten de la premisa que la propiedad de los datos recae en la persona, así como la decisión de almacenarlos o prestarlos. Ahora bien, el primer reto está en ofrecernos los mismos servicios compitiendo con la conveniencia y el 'low cost' de las grandes.

Los costes personales de salir de los lugares comunes son otro punto crítico. Nadie va a cambiar de app de mensajería si sus contactos no están allí. Cualquier opción debe desafiar lo que técnicamente se conoce como el 'efecto red': cuantos más usuarios, más valor tiene ese ecosistema. Y no irán si no confían. Lo mismo ocurre cuando 'googleamos'; sintómatico, por cierto, que hayamos convertido una marca comercial en un verbo cotidiano. Aunque sabemos que cada búsqueda es un acto de confesión (quiénes somos, qué nos preocupa o interesa y cuándo), ¿cambiaremos de buscador si los resultados son disparatados o aleatorios? Este dilema está superado por dignos competidores a los que no les importa nuestra IP ni qué hemos visitado en la última semana. Hablamos de Duck Duck Go, Cliqz o Qwant entre otros. Y si usamos Ecosia, además estaremos apoyando la reforestación.

Síndrome de Diógenes digital

Sigamos por el Diógenes digital: acumulamos tantos documentos, fotos y vídeos que necesitamos espacio donde guardarlos. Si en lugar de confiar en las nubes habitualesnubes habituales optamos por CozyCloud, al menos entenderemos la política de privacidad. Tienen la versión reglamentaria y el resumen entendible por el resto de mortales. Además puedes usar la plataforma y utilizar tu propio servidor o el de alguien de tu confianza. Escapan a la lógica de la ratonera con su lema: “Te querrás quedar porque puedes marcharte cuando quieras”. Han decidido facilitar el acceso a usuarios individuales (con modelos Freemium, por ejemplo) y son las empresas las que asumen tarifas mayores para costear la infraestructura. Es el esquema más frecuente entre casos analizados.

Otras voces apuestan por la monetización. Es decir, si tal red social gana 15 dólares por vender nuestros datos, por qué no pedir nuestra parte de la tajada. En este contexto nacen las carteras de datos personales, algo similar a una cuenta bancaria pero, en lugar de almacenar euros, la persona puede almacenar datos de distintas fuentes. Esto tiene doble ventaja: centralizar nuestra información personal, normalmente repartida en silos que ni siquiera sabemos dónde están y dos, la posibilidad de recuperar el control sobre los datos que 'vendemos' y a quién.

Mercantilizar nuestros datos

Estas soluciones suelen sostenerse a partir de comisiones por cada transferencia de datos. Las mejores son aquellas que garantizan la protección de la información encriptándola, o la posibilidad de vender piezas de información de manera anónima (como Digi.me, Meeco o SOLID, el último proyecto del padre de internet). Aquí, la pregunta que rompe la baraja es si lo mejor que podemos hacer con los datos es mercantilizarlos.

En realidad, la nueva frontera es olvidarnos de los datos como el petróleo del siglo XXI y considerarlos una llave para desbloquear beneficios comunes. Cooperativas como Midata, Savvy o Salus están generando bancos de datos que permitan avanzar en las investigaciones sanitarias. El futuro de la medicina es la personalización y eso requiere millones de registros y grandes dosis de confianza de pacientes y profesionales. ¿Los beneficios? Personal sanitario con mejor información para el diagnóstico, tratamientos más convenientes para pacientes, y ensayos clínicos más baratos por tener acceso a la población adecuada. Estas cooperativas actúan como fiduciarias, protegiendo a pacientes y familias a la vez que les dan voz. A través de esos espacios podemos dejar de ser el producto y advertir que si quieren usar nuestros datos, será bajo nuestras reglas.