MIRADOR

¿Qué horizonte hay?

Los extremos crecen en el país en el que las elecciones se ganaban por el centro

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José Luis Sastre

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Ahora que está por empezar otra campaña, comprobarán los partidos que hay afirmaciones de las que no se regresa nunca. Una cosa es que surfeen por las palabras, como hacen sin pudor algunos candidatos pese a que empeñen en ello su credibilidad. Lo hace Pedro Sánchez, que pone, quita y vuelve a poner el federalismo en su programa; lo hace Pablo Casado, que pasa de llamar felón a Sánchez a practicar la moderación con barba que le agradecen las encuestas; lo hace Albert Rivera, sorprendido de que sorprendan sus cambios de posición.

Todo eso es una cosa y otra es verle aspectos positivos a la violencia, como hizo la presidenta de la ANC sin salir corriendo a corregirse, sin que los referentes soberanistas se apartaran a las claras de una frase que puede azuzar a quienes crean que sí, que si se ponen a quemar contenedores y a lanzar piedras a los mossos conseguirán lo que no han podido solo por el hecho de salir en la CNN. Salen en la tele muchísimo menos de lo que salen los resúmenes de un Barça-Valladolid, pero esa parte, en su inmensa banalidad, Elisenda Paluzie no se la dice. La violencia es la línea roja: no vale decir que se condena para añadir que no hay más remedio que practicarla.

En ese contexto, exhumado ya Franco y con Vox envalentonado en las encuestas, España afronta sus cuartas elecciones en cuatro años y Catalunya vuelve a ser el asunto central. Tal como van los años, no habrá nada más español que un buen debate independentista. La dificultad radica esta vez en que ya se han paseado por todas las palabras y ya lanzaron, de abril a septiembre, todos los faroles. Ya no habrá prórroga y apenas queda credibilidad, de manera que después del 10 de noviembre los que discuten tanto no tendrán más remedio que aclararse.

Sin embargo, nadie sabe lo que sucederá: ni si acertarán los pronósticos, ni la abstención que viene, ni la viabilidad de un acuerdo, el que sea, que rompa el bloqueo. A Aitor Esteban le preguntaron qué cambiará tras las elecciones y dejó ir un silencio desolador. Estamos a una semana de que se vote y se desconoce el horizonte que se presenta. La España que dio a Mariano Rajoy una mayoría absoluta se ha vuelto un país indescifrable.

En vez de un puñado de eslóganes, Catalunya necesita una solución y, en cambio, la ruptura se agrava cada día. En el asunto catalán, que es lo único que se discute, Sánchez busca un equilibrio difícil y se aleja de Podemos pese a que José Félix Tezanos le diga que España vira hacia la izquierda. Casado y Rivera han puesto sus condiciones, sin acordarse de que estamos aquí después de que se aplicase el 155, mientras el independentismo, peleado entre sí, se dedica a cruzar fronteras por miedo a que la CUP se lleve los votos.

Auge de los extremos en el país del que se dijo que las elecciones se ganaban por el centro. Bruselas, que todo lo mira, pide entretanto un recorte de 6.000 millones, pero apenas hablan de eso porque han vuelto las banderas a los balcones y las banderas alcanzan a taparlo todo. Así se presenta la cosa, en fin, y aún no se han puesto ni a pegar carteles.