ANÁLISIS

¿Por qué arde lo que arde?

Manifestantes forcejean con la policía en Santiago de Chile.

Manifestantes forcejean con la policía en Santiago de Chile. / periodico

Alfonso Armada

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'Lo que arde'. Así titula su última película el cineasta gallego Oliver Laxe. Se inicia con una tala salvaje e indiscriminada, y termina con otro apocalipsis: un incendio filmado desde el corazón del fuego. La película confía en la fuerza evocadora de las imágenes, más que en las razones con las que las palabras tratan de explicar lo que nos pasa. Y lo que tal vez nos pasa es que hemos dejado de entender la vida que vivimos.

El 18 de octubre se desató en Chile la furia a raíz de la decisión del Gobierno de centro-derecha de Sebastián Piñera de subir el precio del billete del metro. Como recordaba la revista liberal 'The Economist', "con seis líneas, trenes modernos y 136 estaciones, el metro de Santiago es un modelo de servicio público en una región donde faltan tales cosas". Pero los manifestantes prendieron fuego a estaciones y convoyes. "Este incendio provocado fue parte de un colapso nervioso colectivo en Chile, que abarcó desde protestas pacíficas que exigían una sociedad más justa y menos desigual, hasta saqueos nocturnos de supermercados y criminalidad salvaje".

El incendio cogió por sorpresa a los observadores de la realidad. Sobre todo porque estalló en un país que cuando se hace un repaso del panorama latinoamericano destacaba por sus (aparentes) estabilidad política y solidez económica. "La desigualdad social genera infelicidad". Era una de las conclusiones esgrimidas por Benito Baranda en su artículo 'Chile y el malestar crónico con el modelo de desarrollo', en el que recordaba que "las nuevas generaciones desilusionadas, más conscientes de su dignidad, no esperan dádivas sino justicia".

Creciente malestar cultural

¿En qué medida podemos relacionar el fuego en Chile con otros incendios sociales y políticos como los de Ecuador, Francia, Bolivia, Líbano, Perú, Hong Kong o Catalunya? Creo que erraríamos el tiro. Cada uno exige su propia genealogía y su propio diagnóstico. Sin embargo, sí creo que podríamos aventurar un creciente malestar cultural.  En una entrevista con el 'Financial Times', el cineasta Ken Loach, que acaba de estrenar 'Sorry we missed you', dice: "La realidad hoy día es que tener un empleo no te garantiza poder disfrutar de una vida decente. Puedes llegar a tener un empleo, o incluso dos, y todavía no ganarás lo suficiente para mantenerte a ti y a tu familia".

Raoul Vaneigem fue uno de los compañeros de Guy Debord al frente de la Internacional Situacionista (los acuñadores de la "sociedad del espectáculo"). En agosto declaraba a 'Le Monde' su simpatía hacia los 'chalecos amarillos', y añadía: "No tenemos otra alternativa que desafiar lo imposible", planteaba estrategias para abolir una civilización fundada en el comercio y el consumo y proponía un "pacifismo insurreccional". Pero se mostraba crítico con la violencia.

Las élites se desentienden del sufrimiento y depauperación progresiva de la clase media, que ve coartado el ascensor social y desconfía de las reglas democráticas mientras saborea los cantos de sirena del populismo extremista que ofrece soluciones simples a problemas complejos. Tal vez el hasta ayer aparentemente estable Chile no sea más que otro piloto rojo que se enciende en el tablero de mandos del mundo en el que faltan maquinistas lúcidos que señalen que el progreso acaso necesite cambiar de tren, de vías, de destino.

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