Astérix y la pizza congelada

En 'La hija de Vercingétorix' están todos los elementos necesarios, pero no sabe a nada

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Ramón de España

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He vuelto a picar -la nostalgia es lo que tiene- con el nuevo álbum de Astérix y Obélix, 'La hija de Vercingétorix'; y, una vez más, me he sentido como ante una pizza congelada: están todos los elementos necesarios, pero no sabe a nada. Entiendo perfectamente que se continuara la serie tras el fallecimiento del guionista, René Goscinny (1926 – 1977) y la jubilación del dibujante, Albert Uderzo (1927), ya que los personajes, en cierta medida, le pertenecen a todo el mundo, pero nuestros galos favoritos ya solo pueden satisfacer a los nostálgicos y, tal vez, a los menores de edad que no hayan leído los clásicos.

De hecho, la serie empezó a declinar tras la muerte de Goscinny -aún conservo el álbum de 'Lucky Luke' que Morris y él me dedicaron tiempo ha en El Corte Inglés-, pues Uderzo nunca había escrito nada en solitario. Ahora que el artista ha sido reemplazado por eficaces copistas, la cosa aún se aguanta menos. Lo mismo sucedió con 'Blake & Mortimer', los héroes de Edgar P. Jacobs, el gran amigo y colaborador de Hergé -quien sí consiguió librarse de la industria de la copia-, cuyas nuevas aventuras han sido dibujadas, en algunos casos, por artistas muy personales que han tenido que meterse el estilo propio donde les cupiese para satisfacer a los nostálgicos de 'La marca amarilla' o 'S.O.S. Meteoros'. Menos mal que la última entrega de la serie, 'Le dernier pharaon' -aún no traducida al español-, ha cambiado de tono gráfico y narrativo (participa en el guion el potente cineasta belga Jaco Van Dormael), pero aún es pronto para saber si ha funcionado comercialmente o si los lectores prefieren las imitaciones.

Gracias a la viuda de Hergé, Tintín no tiene quién lo copie. Y ya hay quien ha dicho que un muerto no tiene derecho a interrumpir las aventuras de un personaje más grande que él. Pero, en general, el dinero de los nostálgicos es muy apreciado por la industria, aunque ésta sea perfectamente consciente de estar sirviendo a sus clientes pizza congelada. Yo se lo agradezco a la viuda y a su segundo marido, un inglés con cierta fama de pesetero, pues prefiero releer las veces que haga falta los viejos álbumes con lomo de tela y traducción de Conchita Zendrera, que era como si te los tradujera tu propia madre sobre la marcha. Y en cuanto a 'Blake & Mortimer', lo mismo. Si añoro 'La marca amarilla', dispongo de tres ediciones para saciar la nostalgia: la que yo traduje, la que tradujo otro y la original en francés.