IDEAS

'Joker' y el mundo real

Joaquin Phoenix, en un fotograma de 'Joker'

Joaquin Phoenix, en un fotograma de 'Joker'

Mónica Vázquez

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El miedo es hijo de la posibilidad. Para que algo nos de miedo, primero tenemos que considerarlo posible. Una película de fantasmas puede ser una comedia para unos, y un drama terrorífico para otros, y todo se basa en cuán plausible consideremos la idea de que las almas puedan convertirse en sábanas flotantes o ectoplasma goteando por las paredes de una mansión abandonada. Y es en esa relación con lo imposible donde construimos nuestra realidad; nos bordamos a nosotros mismos en el entretejido del mundo definiendo nuestros límites de lo real y lo fantástico. Nuestros miedos nos inspiran, nos limitan, nos amordazan y nos liberan; nos llevan a entrar a una sala de cine y a salir de ella cuando la película acaba de comenzar.

Mezcla dos grandes miedos de la humanidad: la enfermedad mental y la enfermedad de una sociedad putrefacta que devora sin mirar

El miedo reside en todas partes y en ningún lugar en particular. Pero siempre lo podremos encontrar en aquello que no comprendemos del todo y es tan inescapable como respirar. Como el cerebro humano, o la sociedad. Y, por eso, puede que ‘Joker’ sea una de las mejores películas de miedo que he visto jamás.

El peligro de ‘Joker’ reside en el hecho de que, queriéndolo o no, simplifica grandes dramas actuales, invitando al espectador a posicionarse en una ficción que, lamentablemente, atraviesa la pantalla. Lo que en la película podríamos considerar un contexto narrativo, salta al mundo real en forma de excusas que podrían llegar a ser utilizadas como armas de legitimación para aquellos que encuentran en la violencia un modo de expresión, y en la victimización su forma de vida.

‘Joker’ te golpea con tus miedos y se ríe de ti. ¿Por qué te pegas? En menos de dos horas, mezcla dos grandes miedos de la humanidad en un cóctel grumoso y humeante sin pensar en las consecuencias: la enfermedad mental y la enfermedad de una sociedad putrefacta que devora sin mirar. Te taponas la nariz, cierras los ojos y finges no escuchar las voces que te dicen que Gotham podría ser cualquier parte, que Gotham es cualquier lugar, y que el amargo trago que vas a tomar podría ser y es el pan de todos los días de otras personas a las que hemos aprendido a llamar ‘los demás’.

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