El laberinto catalán

La parte por el todo

El independentismo suma, a la percepción de una identidad pisoteada, la angustia sobre la injusticia de hoy y la inseguridad económica del mañana

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Josep Oliver Alonso

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Estas últimas semanas, los choques de ciertos grupos con la policía han sido continuos. Y con ellos, han aparecido unos análisis que, al intentar explicar esta súbita y desconocida fase de violencia, refuerzan inevitablemente posiciones apriorísticas sobre el conflicto de fondo. No se escandalicen: la campaña electoral lo contamina todo, y es natural que cada opción intente llevar el agua a su molino. Así, para unos, ha emergido la verdadera cara del independentismo, oculta tras una fachada aparentemente pacifista; para otros, este violento estallido refleja bien la participación de cuerpos extraños al independentismo, bien la lógica respuesta a la violencia policial o a la generada por la sentencia. Ninguno de ellos explica adecuadamente lo que nos sucede.

Porque, como en los movimientos que emergen de golpe, las razones que dan cuenta de su erupción son complejas, y han estado incubándose durante tiempo. Por ello, hay que ir con cautela con las generalizaciones abusivas. En todo caso, ahí tienen dos reflexiones que arrojan algo de luz sobre este poliédrico fenómeno.

La visión infantil del independentismo

La primera es específica de Catalunya. Desde el verano de 2017, el liderazgo independentista ha estado jugando con fuego: la ‘revolución de las sonrisas’ pareció olvidar que no se conocen procesos revolucionarios sin severos costes. Pero esa visión infantil capturaba las aspiraciones de las capas medias que integran el grueso de su base social: para ellas, perder bienestar no es algo que se hubieren planteado. De hecho, la inmediata mejora que Catalunya debería experimentar al día siguiente de la independencia resume a las claras sus utópicas aspiraciones. Pero hablar de sonrisas poniendo en jaque el Estado y/o abriendo una profunda brecha social en Catalunya fue, desde el primer momento, una posición ingenua en el mejor de los casos, o cínica en el peor.

En todo caso, de aquellos polvos estos lodos. Porque en los procesos sociales, como con los energéticos, nada desaparece: todo se transforma y, añadiría, se estratifica a medida que se acumulan experiencias. Y a fuerza de repetir que España es un Estado no democrático, y que las leyes que se consideran injustas pueden despreciarse, se ha educado de forma muy particular a los más jóvenes y menos experimentados. Porque el corolario que se deriva de aquella violencia, y de algunas de sus justificaciones de los últimos días, parece evidente: si con las sonrisas y el pacifismo no se avanza, quizá haya que probar otros métodos. Y aunque la ausencia de respuesta política de Madrid no es tema menor, ello no invalida el reconocer que se han sembrado vientos y comienzan a recogerse tempestades.

La segunda consideración es más general, y tiene que ver con el futuro de una parte, no menor, de nuestros jóvenes. Hace unos días, Jeffrey Sachs reflexionaba sobre la violencia en París, Hong Kong y Santiago de Chile. Y, aunque no situaba en su análisis Barcelona, parte de sus especulaciones pueden aplicarse a nosotros. Sachs constata que, a pesar que las tres ciudades tienen elevados PIB per cápita (60.000 dólares París, 40.000 Hong Kong, y 18.000 Santiago, uno de los más altos de América Latina), tanto el coste de la vivienda como las expectativas de trabajos razonablemente bien pagados pesan, y mucho, sobre las perspectivas de sus jóvenes. Lo mismo podríamos decir de Barcelona: los últimos años han acentuado una lacerante desigualdad, que ya existía antes de la crisis pero que la expansión ocultaba. Y aunque no es posible dilucidar qué parte de los conflictos callejeros de las últimas semanas está vinculada a las desesperanzadas visiones de lo que aguarda a los jóvenes, tampoco puede obviarse este aspecto. Desde esta óptica, les recomiendo un garbeo por la experiencia del resto del mundo: a poco que puedan, léanse a Bartels ('Unequal Democracy', 2008), Kutter ('Can Democracy Survice Global Capitalism?', 2018) o Eichengreen ('The Populist Temptation', 2018) y se darán cuenta que, tras nuestras especificidades, no hay mucho nuevo bajo el sol.

Finalmente, las dos reflexiones están entrelazadas. Desde sus orígenes como revuelta fiscal (¿recuerdan el pacto fiscal del 2012?), el independentismo, al igual que el 'brexit' y otros movimientos similares, suma a la percepción de una identidad pisoteada, la angustia sobre la injusticia de hoy y la inseguridad económica del mañana. Por poco atento que se esté a lo que sucede, ambos aspectos se encuentran en las algaradas de Barcelona y, aunque no sean el todo, son parte importante de las mismas. Los políticos que nos gobiernan harían bien en no olvidarlo.