La manifestación soberanista
Libertad y elecciones
El independentismo tiene una energía y anclaje social enorme, pero le falta articulación política, pendiente de liderazgo y estrategia
Josep Martí Blanch
Periodista
Josep Martí Blanch
La palabra más bella del diccionario, libertad, ha servido para congregar a 350.000 manifestantes pacíficos en Barcelona para decirle al Tribunal Supremo que su sentencia, aunque los presos estén encarcelados, es injusta y no cuenta con el consentimiento de la mayoría de la sociedad catalana. También le han recordado a la política española que cuando se canse de derivar todos sus problemas a jueces y policías deberá sentarse a una mesa para alcanzar a través del diálogo una solución a un problema que persistirá hasta que llegue ese día. La normalidad política y social, no solo en Catalunya, también en España, va a ser imposible hasta que eso suceda.
La manifestación volvió a enseñar la mejor estampa del soberanismo, aunque las cifras estén muy lejos de otras convocatorias vividas durante el proceso. La transversalidad, invocada por ANC y Òmnium para romper el perímetro del independentismo y permitir la suma de otras sensibilidades políticas, no funcionó. Aun así, quien quiera aferrarse a las cifras para dar por finiquitado al soberanismo puede darse cuenta de la estupidez que proclama comparando honestamente esta última demostración de fuerza con cualquier otra reivindicación política de alcance en cualquier lugar del planeta.
El independentismo tiene una energía y anclaje social enorme y no va a dejar de tenerlo. Otra cosa es su necesaria canalización y articulación política, pendiente de liderazgo y estrategia después del suicidio de toda su primera línea política en el 2017, con decisiones que se sabía que no llevaban a ningún sitio y ahora rematada con una sentencia imposible de digerir por desproporcionada y abusiva, aunque sea tan solo el capítulo más vistoso de una represión más amplia ejecutada por los poderes del Estado e iniciada desde hace años.
La manifestación ha dejado claro nuevamente lo que ya sabemos: el soberanismo tiene los votos pero le falta la política. Y esa política, desde luego, no va a llegar con Quim Torra presidiendo la Generalitat a base de ocurrencias suyas o de personas ajenas al Palau de la Generalitat por muy viajadas que sean, y sin que JxCat y ERC se atrevan a dos cosas simultáneamente: ir a unas elecciones explicando con tanta claridad como sea posible qué es lo que ofrece cada uno como proyecto político plausible para los próximos años y quiénes son las personas que van a liderarlo.
Hay trabajo en todos los frentes y a la vista está que no todo el mundo quiere hacerlo. Del otro lado, los partidos de ambición estatal van a seguir abonados a la irresponsabilidad utilizando Catalunya como un monigote durante la próxima campaña electoral, y es más que improbable que tras los comicios, sea cual sea el resultado, se den de inmediato las circunstancias que permitan alumbrar una negociación como la que se plantea desde el soberanismo.
¿Entonces? Paso a paso. Primero saber quiénes serán los interlocutores para los próximos años de un lado y otro, aunque sea tan solo para hablar de las cosas más básicas. España va a escogerlos el próximo 10-N. El soberanismo no debería tardar mucho más en decir a través de las urnas quiénes van a ser los suyos. Los de verdad.
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