Peccata minuta
¡Viva Franco!
No estaría mal que, puestos a desenterrar, Sánchez y Redondo se ocupasen también de las fosas comunes donde se pudre la dignidad de tantas víctimas del franquismo
Tengo entre mis dedos una peseta, una 'rubia', una moneda exactamente igual a la que utilizamos Miguel Gila, Joan Barril y yo para enterrar a Franco, cuyo perfil aparece en una de las caras del metal, y en la cruz, el aguilucho. Si a Franco le sucedió Juan Carlos, a la peseta (pieza pequeña) la reemplazó el 1 de enero de 2002 el euro, que valia 166,386 veces más que ella.
Aquellos días, Barril y yo estábamos grabando un programa de 'L'illa del tresor' en los estudios de TV-3 de Sant Joan Despí. Una 'atrezzista' había preparado una maqueta de césped con un pequeño agujero rectangular en medio, un ataúd de cartón de poco más de cinco centímetros de largo por tres de ancho y una montañita de café molido. No recuerdo quién de los tres, con unas pinzas y gran delicadeza, introdujo la moneda en el féretro, otro de nosotros lo tapó, y, entre todos y muy ceremoniosamente lo introdujimos en el hoyo; luego, con tres cucharitas de alpaca, le fuimos echando café encima hasta sepultarle definitivamente. El gran cómico lloraba y gimoteaba sin consuelo mientras mi amigo y yo le dábamos cariñosas palmaditas en el hombro para consolarle, hasta quedar fundidos en un triple abrazo. No gritamos “Viva Franco” ni siquiera “Viva la peseta”, que acababa de morir víctima del nuevo siglo. Cuando el regidor del plató dio la toma por buena, nos volvimos a abrazar, esta vez de verdad.
Pensé en ello el jueves mientras unos señores de riguroso luto, a hombros, trasladaban el féretro de Franco con sumo cuidado desde la basílica del Valle de los Caídos, hasta una lujosa limusina mortuoria, y luego profirieron secamente sus gritos de ritual. “Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio”, dijo Machado. Y Espriu, que nadie muere del todo mientras alguien le recuerde. Franco no ha muerto: Vox es su club de fans y va en aumento.
La exhumación ha sido posible gracias a la connivencia del papa Francisco, el Tribunal Supremo -lo cortés no quita lo valiente- y Pedro Sánchez, hoja en blanco en la que Iván Redondo va escribiendo lo que más conviene a cada paso. No estaría mal que, puestos a desenterrar, Sánchez y Redondo se ocupasen también de las fosas comunes donde se pudre la dignidad de tantas víctimas del franquismo hasta dar con Federico García Lorca, vestido de impecable blanco y con su último verso colgándole de la mandíbula.
Me gustaría desenterrar a Franco con Miguel, Joan y nuestras cucharillas de café, pero ellos se fueron y yo me he quedado solo, muy solo con mis muertos.
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