Jacint y la tecnología que emancipa

El principal problema del capitalismo actual no son los robots sino la excesiva acumulación de riqueza en pocas manos

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Albert Sáez

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Jacint es un joven que no llega a la trentena y que vive y trabaja en Barcelona. Le conocí en una tienda de una de las compañías de las denominadas GAFA, y no concretaré más para evitar la publicidad encubierta aunque en esta ocasión sería más que merecida. Tiene una discapacidad visual severa. Y pese a ello es capaz de atender en una tienda de retail, muy competitiva por cierto. Para realizar su trabajo, Jacint se acompaña de un miniordenador con apariencia de teléfono móvil. La máquina traslada todos los textos que maneja a voz y le habla al oído a una velocidad endemoniada, casi inaudible para quienes le rodean. El joven atiende con una amabilidad inusual e interactúa con su asistente digital desde la pantalla táctil, a través de un teclado numérico virtual. A simple vista, es imposible conocer al detalle la tecnología que utiliza. Lo importante son las consecuencias. Jacint es uno más en un comercio que vende a un ritmo trepidante. Realiza su trabajo a la perfección gracias a su tesón, a su espíritu de superación y a sus enormes dotes naturales para las relaciones humanas. La tecnología le ayuda, ni compite con él ni le atonta. Le potencia, lo ayuda a emanciparse, a ganar autonomía por encima de su discapacidad. Todo el mérito es de Jacint, pero las máquinas no son sus adversarias sino sus aliadas. 

Vivimos una época de tecnofobia. Los excesos de algunas grandes empresas tecnológicas, los cantos de cisne de algunos sectores que se han visto destronados por la disrupción digital y el miedo humano al cambio dibujan un panorama muy sombrío cuando hablamos de las máquinas, especialmente en el ámbito laboral. Y olvidamos casos como el de Jacint. Vemos la paja de las reducciones de empleo provocadas por la irrupción de la inteligencia artificial y olvidamos la viga de la incorporación de nuevos trabajadores que, gracias a la tecnología, acceden a empleos que hace unos años serían impensables para ellos. 

Incluso si la miramos con los ojos del marxismo más ortodoxo, la tecnología tiene una dimensión emancipadora. Nos puede liberar de nuestras discapacidades. Nos puede liberar de las tareas más repetitivas y cansinas. Nos puede liberar de los trabajos más monótonos. Nos puede permitir mejorar la eficiencia o la productividad para ganar tiempo libre. Me temo que demasiadas veces disparamos contra la tecnología simplemente por la impotencia de cambiar la lógica del sistema. Ciertamente, el capitalismo sin trabas que conoció Marx pecó de un exceso de acumulación de capital. Ahora está ocurriendo algo similar. Como explicaba Rosa María Sánchez esta semana, el número de millonarios se ha quintuplicado en España en los últimos 10 años. La acumulación de riqueza genera en una primera etapa desigualdad que a la larga acaba degenerando en pobreza, simplemente porque el dinero deja de circular. Y la base del crecimiento económico es la circulación, no la acumulación. Los capitalistas olvidan cíclicamente este principio del que ya avisaron en su momento Adam Smith y David RicardoLa acumulación de riqueza no es solo moramente reprobable sino económicamente ineficiente. La tecnología no es, pues, la causa sino el efecto.