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Las protestas zarandean la vida cotidiana

El consumo, la cultura y la Universidad empiezan a pagar la factura de los disturbios y movilizaciones

Estudiantes de la Universitat de Girona (UdG) debaten las acciones de protesta por la sentencia del 'procés', el pasado martes.

Estudiantes de la Universitat de Girona (UdG) debaten las acciones de protesta por la sentencia del 'procés', el pasado martes. / periodico

Las protestas por la sentencia del Tribunal Supremo (TS) tienen efectos directos sobre la vida cotidiana en diferentes ámbitos, desde la educación universitaria hasta la restauración o el mundo de la cultura. En Barcelona, los restauradores, los comerciantes y los programadores culturales alertan del descenso de clientes y de espectadores, sobre todo a raíz de los cinco días d e enfrentamientos violentos. Por ejemplo, el festival  In-Edit vio cómo la venta  de entradas cayó el pasado fin de semana en un 50%, y  los conciertos organizados por el Palau de la Música –en el epicentro de los disturbios en la Via Laietana– han registrado una caída del 69%. En el sector del teatro la taquilla cayó la semana pasada el 65% de media, según datos de la Associació d’Empreses de Teatre de Catalunya.

El sector hotelero, de la restauración y el comercio rehúyen del alarmismo, pero admiten anulaciones de reservas y descensos de facturación, de hasta un 15% en los ejes comerciales agrupados en Barcelona Comerç. Con la campaña navideña en lontananza, los gremios suspiran por el regreso a la normalidad. Pocas cosas son peores para estos sectores económicos que la incertidumbre. Barcelona no es la zona de guerra que algunos medios han querido dibujar, pero la gravedad de los disturbios en el centro de la ciudad no debe minusvalorarse. Ni Barcelona ni Catalunya pueden permitirse jugar con la economía en un momento, además, en que crecen los nubarrones económicos en España y el resto de la zona euro. El legítimo derecho a la protesta no puede convertirse en un tiro al pie de la economía catalana. De la misma forma, ese derecho no puede afectar al de los estudiantes que así lo deseen a proseguir con el curso, sobre todo en los campus universitarios. La comunidad universitaria catalana, amplia y diversa, es muy sensible a los acontecimientos políticos y tiene un amplio historial de movilizaciones, solo cabe recordar las manifestaciones contra la aplicación del plan Bolonia. Las protestas de estos días, los encierros en facultades y la actividad de piquetes han creado tensiones en los campus entre los rectorados y los alumnos partidarios y contrarios a participar en las acciones.

Algunas universidades, como la Universitat de Girona y la Universitat de Barcelona, han decidido dar facilidades (en algunos casos, fuera del plazo establecido) a los estudiantes que secundan las protestas para que puedan acogerse a un modelo con un  examen final y no la evaluación continua en vigor para todos. De esta forma, los alumnos que participen en las protestas pueden no asistir a clase ni presentar los trabajos o hacer los exámenes que exige la evaluación continua.

Es comprensible que los rectores busquen fórmulas para preservar la convivencia en las aulas. Ahora bien, deben ser cuidadosos para evitar dobles raseros y sospechas de trato de favor a los alumnos de un determinado espectro ideológico. De lo contrario, la excelencia y la reputación de las universidades quedarían dañadas, otro lujo que no puede ni debe permitirse la sociedad catalana.