Análisis
¿Debe preocuparnos Alemania?
La recesión en la locomotora europea alcanza en España en un momento de debilitamiento de las expectativas económicas
Jordi Alberich
Economista
Desde el pasado verano preocupa la economía alemana. Fue entonces cuando empezó a evidenciarse que entraría en recesión. Lo primero, pues, es preguntarnos a qué se refiere dicho concepto que, de entrada, despierta todas las alarmas.
La recesión se da cuando se encadenan caídas del PIB durante dos trimestres consecutivos, lo que parece confirmarse. El segundo trimestre la caída resultó del 0,1%, y para el tercero se cree que será de un 0,3%. Pese a ello, se espera que el conjunto del 2019 acabe con un leve crecimiento, al igual que los dos próximos años. Por tanto, sin ser una buena noticia no estamos ante el inicio de un inexorable desastre económico.
La recesión es consecuencia de la inestabilidad global que golpea especialmente a una economía tan exportadora como la alemana. Cuestiones tan relevantes como el Brexit o la pugna por la hegemonía tecnológica, revestida de guerra comercial, entre EEUU y China, genera incertidumbres y afecta directamente a tres de los principales destinos de sus exportaciones.
Un deterioro que perjudica a la economía española en la medida en que Alemania es nuestro segundo mercado de productos, tras Francia, y uno de los principales destinos de nuestras exportaciones de servicios, especialmente los turísticos. Un debilitamiento que, de confirmarse, resultaría un problema para nuestra economía si bien, por el momento, esa caída en las exportaciones alemanas se ve compensada por la fortaleza de su demanda interna y la robustez de su mercado de trabajo, que apenas se ve afectado. Y esta es, precisamente, una de las diversas consideraciones al analizar la recesión alemana.
Así, en primer lugar, una economía tan orientada a la industria favorece un clima de entendimiento entre patronal y sindicato, de manera que, de natural, aplican al 'kurzarbeit', o la reducción de la jornada laboral como mecanismo de ajuste en tiempos de caída de la demanda, evitando recurrir al despido como mecanismo de ajuste.
En segundo, la recesión pondrá a prueba su arraigada aversión a la deuda y su culto al equilibrio presupuestario. Sus datos macroeconómicos siguen resultando excelentes, y permiten considerar estímulos desde el erario público. Estos, siempre difíciles de aceptar por el electorado, resultarían más asumibles de orientarse a la lucha contra el cambio climático, dada la tradicional sensibilidad alemana a la sostenibilidad medioambiental.
A su vez, estamos ante un ejemplo paradigmático de la necesidad de avanzar hacia el gobierno global de una economía ya globalizada. Hasta que no llegue ese día, y falta mucho, se irán sucediendo episodios como los antes mencionados, con la consiguiente incertidumbre generalizada. Mientras, desde Europa deberíamos avanzar en consolidar un verdadero espacio único, pues un gran mercado interior constituye un factor de estabilidad.
Finalmente, la recesión alemana nos alcanza en un momento de debilitamiento de nuestras expectativas económicas. Un elemento a incorporar en nuestro análisis de a quién votar el 10-N.
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