La rueda
La fiebre catalana
Las violencias deben terminar. Pero hay que tenerlo claro: son una reacción alterada de un cuerpo enfermo al que el médico no quiere ni escuchar
Ricard Ustrell
Periodista
Ricard Ustrell
Los jóvenes que se manifiestan sin miedo son fruto de unas fiebres por encima de los 40º C de un cuerpo que hace tiempo que avisa con temblores. Pero la fiebre, los disturbios, no pueden ser la excusa para no afrontar el problema. Explicaba Maria Barrios, una estudiante de la UPC, en 'Els matins' de TV-3, que esto no va de independencia y que se sienten frustrados. Han visto cómo actuaba la policía para retirar unas urnas y ahora se han identificado como clase. Su única lucha: el futuro. Los hay que no son independentistas, y lo que los conecta a todos es la indignación con la clase política y la ambición por tomar la riendas.
Francesc-Marc Àlvaro explica en el libro ‘Assaig general d'una revolta’ que los líderes independentistas han llevado al país al abismo desde sus sillas. Si lo sumamos a un Estado de sofá que escupe pipas en la moqueta, tendremos la perfecta foto de la irresponsabilidad. Y al caso particular del Estado hay que añadirle una larga sordera. Catalunya quiere que la escuchen y ya ven: cuando Sánchez visita BarcelonaSánchez y pasa muy cerca de la plaza de Sant Jaume, mira hacia otro lado.
El Estado y la Generalitat han actuado desbordadamente con la Policía porque quieren detener la fiebre. En medio, un movimiento pacífico que la enfría condenando la violencia. Pero las sentencias del Supremo, los ataques a periodistas, la brutalidad de las cargas, indiscriminadas, la incapacidad de las estructuras del Estado -incluyendo a la Generalitat- de gestionarlo, y el teléfono de Sánchez que comunica, no. De esto va, también, lo que está pasando en la calle. Margallo lo define como "la pervivencia de España como nación". Los jóvenes que tiran castañas en Girona no se pueden entender sin las castañas que han recibido. Madrid suministra gasolina, dice John Carlin. Y tiene razón.
Las violencias deben terminar. Pero hay que tenerlo claro: son una reacción alterada de un cuerpo enfermo al que el médico no quiere ni escuchar. Y sin medicina, ya lo vemos, continuarán los brotes de fiebre y los malestares. Aquí y allá.
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