Altercados tras la sentencia

La violencia nunca tiene sentido

Tanto los que justifican los desórdenes públicos como quienes desean "mano dura", toques de queda, estados de excepción, violencia policial y demás imbecilidades se están equivocando siguiendo ese camino

Ilustración de Trino

Ilustración de Trino / periodico

Jordi Nieva-Fenoll

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Estos días se está hablando mucho de violencia. Tanto que se está perdiendo completamente de vista algo que pocos saben, pero acerca de lo que la historia no deja lugar a dudas: la violencia solo es eficaz cuando se erradica al enemigo, o amenaza con erradicarlo de forma palpable. Si se limita a causar molestia a ese enemigo, nunca vence, transformándose en una fatigosa guerra de guerrillas que puede durar muchísimo tiempo. Por eso la violencia es siempre estúpida, aunque también terrible y repugnante cuando es exterminadora. La muerte del rival, del que no piensa como uno, es incompatible con la democracia, que es justamente el sistema político que hemos inventado para no aplastar a las minorías, sino para comprenderlas, aprender de ellas e integrarlas.

Cuando hablo de violencia no me refiero solamente a los desórdenes públicos, sino también a quienes desean “mano dura”, toques de queda, estados de excepción, violencia policial, cadenas perpetuas o casi, 'pollastres' y demás imbecilidades que, insisto, la historia ha demostrado que no sirven para nada. Ni siquiera para tener, como ansían algunos ingenuos, “al menos unos años de tranquilidad”. Insisto, la violencia, sea cual fuere su forma, es vomitiva. Y siempre inútil salvo que sea exterminadora. Y esta última, por cierto, tampoco suele lograr finalmente su objetivo. Que se lo digan a Stalin o a Pol Pot. Cayó la Unión Soviética. Pol Pot nunca tuvo la Camboya que imaginó en sus pesadillas más húmedas. La desautorización ideológica le hizo más daño al nazismo que las armas.

Si muchos de los que estos días justifican unas u otras violencias, o se relamen pensando en tanques entrando por la Diagonal o en 'roses del foc', fueran conscientes de lo anterior y tuvieran en cuenta esos referentes del párrafo anterior, se darían cuenta de cómo se están equivocando siguiendo ese camino. Además, no pocos de esos tan convencidos, creo que la enorme mayoría, entienden de buena fe que es la vía a seguir. De uno y otro bando. Porque ambos bandos están llenos de buenísimas personas a las que su enfado y frustración conduce a la simplificación absurda de la realidad y, por tanto, a las soluciones drásticas. Y de ahí al estado más inquietante del ser humano: la ignorancia. Justamente esto último es lo que todos los que ansían “contundencia” tienen claramente en común.

Al contrario, la frustración no se ha combatido jamás en la historia del ser humano con ignorancia, sino con inteligencia, que es la única que nos ha hecho evolucionar. Hace muchísimos milenios, unos vieron un bosque en llamas y huyeron despavoridos, ignorantes; pero otros decidieron acercarse al fuego sin recipientes de agua para aprender a aprovecharse de él. Sin ese paso crucial -bastante más crucial que la invención de la agricultura-, toda nuestra actual tecnología no existiría.

Ernesto 'Ché' Guevara imaginó un mundo sin desigualdades en el que concibió que la lucha armada podría desbancar a los ricos de sus posiciones de poder. Probablemente tuvo como referente la Revolución francesa mezclada con algunas ideas marxistas, y como ingredientes mucha más ilusión que conocimiento. Quizá como el mismo Marx, aunque escribiera páginas que cambiaron para bien la historia de la humanidad. A la vista está que el Ché fracasó, y no por no tener suficiente fuerza, sino por haber decidido utilizarla. Que se lo pregunten a Pepe Mujica, que tanto nos enseña en la actualidad con un pragmatismo tan sumamente experimentado, basado en toda una vida.

La violencia nunca es el camino. Nos ha costado demasiadas generaciones entender que pegar a un niño no solo no es la forma de educarle, sino la manera de enseñarle que la violencia resuelve problemas, cuando no es así. Hay mucho que cambiar aún en la sociedad para que todos entiendan que las penas ejemplarizantes no sirven, aunque apasionen -aún- a tantos penalistas, sino que es el mutuo perdón -creo que la idea más útil del cristianismo- lo que lleva a la paz. Porque para perdonarse es necesario conocerse y comprenderse. Permaneciendo en la ignorancia de quién es el otro y por qué piensa como piensa, solo se enroca una persona en una soberbia estupidez, por desgracia tan popular en cualquier trinchera, rodeado de “los suyos”.

La política es el modo de escucharnos y entendernos. Los parlamentos no son barras de bar. Los tribunales no son instrumentos al servicio de unos pocos. Los gobiernos tienen que pensar en algo más que en las próximas elecciones. Entender todo ello es la base de la solución.