IDEAS

Ideología, principios y Nobel literario

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Xavier Bru de Sala

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Ya que los trapos sucios se lavan en casa, la Academia Sueca procura que sus luchas internas -recurrentes, profundas, lacerantes- salgan enmascaradas a la luz. El año pasado, la ebullición del conflicto era tal que ni fueron capaces de proclamar ganador. Por eso ahora ha habido Premio Nobel de Literatura por partida doble.

Si algo demuestran los dos últimos premiados, es la extraordinaria resistencia de la Academia Sueca a las presiones del mundo editorial

En los años ochenta, cuando se acababa la guerra fría, tuve bastante relación con un influyente miembro de la venerable institución. Mirada amplia, extensa, portentosa y con criterio sobre la literatura universal; capacidad de leer en un montón de idiomas, catalán incluido; hispanista de pro. Aún recuerdo el alegato que le solté, tratando de desvanecer dudas, contra el insulso Delibes y a favor del vitalista Cela. El problema, me decía, es que Cela había publicado libros contra la moral. Si no llega a ser por la ayuda combinado del Arcipreste y de Capote quizás no lo habría convencido y se habría quedado sin premio. Poco más tarde, al final de una confabulación interna contra los reaccionarios, me escribió diciendo que, con todo el dolor del mundo, no volvería a poner nunca más los pies en la que hasta entonces había considerado su casa. Si el jurado del Nobel había militado en el anticomunismo de manera descarada, a partir de entonces el péndulo decantó, demasiado, hacia el otro lado: el Nobel a Dario Fo torna aún más injusto el anterior veto a Neruda.

Si algo demuestran los dos últimos premiados es la extraordinaria resistencia de los miembros que llevan el rumbo de la academia a las presiones del mundo editorial. Ni ha pasado la Academia Sueca un solo 'best seller', ni han conseguido su propósito los partidarios de la apertura hacia el entretenimiento en sustitución del arte, del riesgo, de los nuevos territorios, de la escritura sin red ni escafandra. El último bastión se mantiene firme. No ha sido demolido ni peligra. La insensibilidad del Nobel a los golpes de las piquetas comerciales debería hacer reflexionar a más de un jurado que se pone al servicio de las previsiones de venta mientras obvia la calidad, entre mediocre y pésima, de nuestros premiados.