Análisis

Agallas

La falta de valentía de Pedro Sánchez, cautivo del discurso de la derechona, para acometer un diálogo sincero en Catalunya no va a traer nada bueno

Sánchez, en la Jefatura

El presidente en funciones, Pedro Sánchez, durante su visita a Barcelona, este lunes.  / periodico

Sergi Sol

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Malditas encuestas. Si no fuera por ellas, probablemente hoy no habría elecciones en España y tal vez, en cambio, las hubiera en Catalunya. Malditas porque son esas encuestas las que llevaron a Artur Mas a elecciones en el 2012. Creyendo que lograría un resultado histórico se pegó un castañazo. Luego ensayó en el 2015, Junts pel Sí, con un 39%  de los votos, pobre resultado para tan gran ambición. Vinieron luego las españolas del 2015. Y el listo de Quico Homs, que encabezaba la lista convergente, apostó por no repetir esa coalición, solo porque sus encuestas le daban como ganador. Agua de mayo para ERC. Aunque cuando en la recta final de las elecciones ya se veía que Homs se la pegaba, entonces Homs se quitó las pulgas de encima y atribuyó la decisión a ERC. Luego vino el 1-O y lo que siguió. Y ahí también pesaron más las encuestas que cualquier tuit. Y qué decir de Mariano Rajoy, convencido de que iba a dejar al independentismo sin mayoría con nuevas elecciones. También se pegó una leche antológica creyendo que iba a rentabilizar el 155.

En todas partes cuecen habas, puesto que también se dejó arrastrar Pedro Sánchez por la demoscopia para volver a las urnas, luego de implorar agónicamente un acuerdo con la derecha. Sin esa demoscopia inicial que le daba hasta 150 diputados seguro que no habría tentado la suerte, especulando. Veremos cómo acaba el PSOE, el 10 de noviembre. Las encuestas han dado un vuelco, con un PP al alza. Amén del batacazo de Ciudadanos, que va a ser lo único que logre una alegría generalizada, por lo menos en Catalunya.

En esta vida hay que tener principios y asumirlos, tener propuestas y ejecutarlas, aunque te caiga la del pulpo, sobre todo si aspiras a gobernar España o Catalunya. Sánchez no se atrevió a consumar un Gobierno con Podemos. Y acabó lanzándose en brazos de la derecha mientras miraba de reojo los sondeos favorables que le traía su fiel escudero, Iván Redondo. Como tampoco ha tenido el arrojo suficiente para encarar el conflicto político en Catalunya, acojonado por la presión de la derecha y por sectores del PSOE que son tan jacobinos como Rivera. Mal, muy mal. Su falta de valentía para acometer un diálogo sincero en Catalunya, para agarrar el toro por los cuernos, cautivo del discurso de la derechona, no va a traer nada bueno.

Que se fije en Gabriel Rufián, que le echó agallas el sábado, cuando se presentó ante la multitud cabreada convocada por Arran y los CDR y aguantó un virulento chaparrón. Le llamaron de todo, luego de tres noches seguidas de enfrentamientos, con fortísimas cargas policiales y heridos. Aunque Pedro Sánchez distingue entre heridos de primera, policías, y de segunda, manifestantes, a los que desprecia. Luego, las principales radios de Catalunya, le pidieron a Rufian que entrara en antena, en directo. Algunos le recomendaron que diera largas, «con la que te ha caído». Pero el se dijo a lo hecho, pecho. Respondió a Jordi Basté, claro, conciso, valiente. Y salió del envite con nota. Igual en Catalunya Ràdio. Tal vez sea la lozanía andaluza que corre por sus venas, igual es un temerario. Pero dio la cara y asumió las consecuencias, Pedro.