Las llamas de la sinrazón
Vivaldi, salmo 126
Algún día saldremos de esta si alguien mueve ficha desde el sentido común
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Me escapé al cine, a la primera sesión, para ver la película de Oliver Laxe, hijo de gallegos emigrados a Francia, antes de que el zarpazo de la banalidad comercial la arranque de la cartelera. ‘Lo que arde’ está protagonizada por un pirómano que vuelve a su aldea en Os Ancares, en la Galicia profunda, después de haber pasado dos años en la cárcel. Eso en la superficie; porque en el fondo de la cinta no solo arden los árboles, sino también las personas, consumidas por un capitalismo predador e histérico al tiempo que intentan sobrevivir en un territorio de abandono que se ha dado en llamar la España vacía.
Hay una esquirla de verdad, pues, en el origen de ese fuego que devora los eucaliptos mientras forestales y paisanos intentan en vano ponerle coto. La dualidad del fuego, bello y cruel a la vez. ¿Lo mejor? Sin duda, los actores, los no profesionales Benedicta Sánchez y Amador Arias, madre e hijo en la película; los silencios; la fotografía, y la banda sonora, que se queda girando en la cabeza del espectador como una peonza. Cuando regresé a casa, volvieron las llamas.
Los miles de manifestantes, pacíficos y en su legítimo derecho de protestar contra la sentencia, andaban dispersándose cuando arrancaban las sombras, pero flotaba en el aire un 'crescendo' de tensión. De un salto, bajé a por mi achacosa moto, que duerme en la calle, para ponerla a resguardo dentro del local de unos vecinos, y enseguida hubo que ayudar a los chavales a desplazar los contenedores, en una acera demasiado estrecha, para evitar que el edificio donde vivo ardiera como una tea. En un abrir y cerrar de ojos, el barrio quedó sitiado por barricadas incendiadas; otra vez las llamas hipnóticas, que fascinan y emborrachan.
Regreso a lo más primitivo
Hubo 48 horas de silencio vergonzante del Govern cuando estalló la violencia. ¿Infiltrados? No. Son chicos jóvenes, muy jóvenes, aún pegados a la inconsciencia adolescente, con la ayuda de algunos antisistema, viejos conocidos en las protestas y avezados en la lucha callejera. Y aunque anida también una esquirla de verdad en sus contenedores quemados -el hartazgo, una democracia muy imperfecta, un futuro más negro que el carbón-, harían bien en dejar en paz el fuego, que nos devuelve a la sinrazón, a lo más primitivo que duerme en nosotros.
¿Cómo salir de la ratonera? Desde luego, no con barricadas, balas de goma, guerras campales y la eterna judicialización del asunto. Siento pena, una pena honda, por esta Barcelona, que es de todos. Vuelvo a refugiarme en la banda sonora de la película, en concreto en una pieza de Antonio Vivaldi, el ‘Cum dederit’, el cuarto movimiento del motete ‘Nisi dominus’, que musica la letra del salmo 126 y suena en la cinta mientras el bosque arde en la noche. Escúchenla estos días, por favor, en la voz del contratenor Andreas Schöll. De inmediato, el espíritu se eleva por encima de todo lo mezquino y pequeño, envuelto en una melodía hipnótica que permite albergar la esperanza de que sí, de que algún día saldremos de esta si alguien mueve ficha desde el sentido común.
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