UNA PRESIDENCIA PECULIAR

Trump, mil días sin hecatombe nuclear

Lo peor de Trump es su lenguaje tabernario, el del pistolero más rápido del Oeste, con el que trata de intimidar, e intimida, a sus oponentes

El presidente de EEUU, Donald Trump.

El presidente de EEUU, Donald Trump. / periodico

Ramón Lobo

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Primero, la buena noticia: se cumplieron mil días de la presidencia de Donald Trump y seguimos vivos. Después de todo no ha sido para tanto. Ni ha provocado una guerra mundial ni lanzado la bomba atómica sobre sus enemigos, o sus aliados a los que tiene más ganas. Todo gracias a que Twitter carece de botón nuclear. El daño real no está en el escaparate, tardará años en aflorar. Tendrá que ver con la ética y los límites del poder, la calidad de los contrapesos en una democracia hoy en discusión. Son tiempos peligrosos en los que priman los autócratas.

Los giros en política exterior necesitan tiempo para mostrar su letra pequeña más tóxica. Pasó con el apoyo a los muyahidines afganos en los años 80. El abandono de los kurdos de Siria parece el inicio de una retirada de EEUU para centrarse en la defensa de Israel y Arabia Saudí, sus únicas prioridades en la zona. Su acercamiento a Corea del Norte y sus peleas constantes con la UE, a la que acusa de vivir a costa de los presupuestos de defensa de EEUU, han supuesto un gran cambio en las formas. Desaparecieron los valores, ganaron los negocios. Todo se mide en los términos de ganancia-pérdida.

Lenguaje tabernario

Lo peor de Trump es su lenguaje tabernario, el del pistolero más rápido del Oeste, con el que trata de intimidar, e intimida, a sus oponentes. Se mueve envuelto en un aura de triunfador, que quizá no sea para tanto y por eso oculta sus declaraciones de impuestos, para que no se descubra que más que inteligencia hay ingeniería fiscal. Le sucede como a Berlusconi: ejercía una fascinación sobre el italiano que en el fondo anhelaba ser como él, un tipo con dinero, fama y mucho bunga-bunga.

La efeméride de los mil días no dice nada al ciudadano. Es solo una marca que utilizamos los periodistas para recapitular una realidad que se mueve más lenta que los titulares y que demanda reflexión. Después de mil días, los medios de comunicación y sus rivales demócratas siguen sin saber cómo enfrentarle. Ha impuesto su relato: todo lo que le perjudica es 'fake news' y una conspiración del sistema. Se trata de una genialidad porque él es el sistema.

Lo peor ha sido la banalización del lenguaje cotidiano que ha logrado deshumanizar el drama de los migrantes. Dejaron de ser personas, pasaron a ser una amenaza para la seguridad del país, como lo son los viajeros que proceden de países musulmanes no amigos. Hemos perdido libertades, aceptado sustituir la presunción de la inocencia por la culpabilidad colectiva sin que medien jueces ni límites legales. Hemos acatado una pérdida de intimidad global, sea en EEUU, Rusia o en China en aras de una supuesta seguridad.

El baúl del odio

El presidente se ha saltado una norma esencial en todo gobernante sensato: no abrir el baúl del odio, porque una vez fuera es muy difícil de controlar. Agitar el odio con mensajes racistas que han afectado a mujeres congresistas demócratas es irresponsable en un país con un serio problema en la venta de armas. Trump habla de terrorismo exterior, pero le cuesta calificar de terroristas a los grupos neonazis que crecen como setas.

De los mil días de presidencia, Trump ha pasado casi un tercio del tiempo en sus propiedades. Dirá que ha trabajado igual que en el Despacho Oval, pero de ese tercio, 237 días han sido en las instalaciones con campo de golf, su gran afición, como la célebre Mar-a-Lago en Florida, en la que aspira a celebrar el G-8. 'The Washington Post' ha contabilizado 13.000 afirmaciones falsas o no ciertas del todo. El 80% de las personas que han tenido cargos en su equipo han dimitido o las ha despedido. La última rueda de prensa en la Casa Blanca fue hace siete meses (y aún no ha descubierto el plasma de Rajoy). Son datos ofrecidos por la cadena NBC.

No es un presidente que distinga sus intereses empresariales de los del país, ni los límites en el uso del Estado para atacar a sus rivales, como muestra el caso de Ucrania contra Joe Biden ni los manejos de su abogado Rudy Giuliani, que se mueve entre bambalinas como un secretario de Estado en la sombra. El 'halcón' John Bolton, que dimitió hace poco, ha calificado a Giuliani de “granada a punto de explotar”. Por eso, los demócratas se han lanzado a un proceso de 'impeachment' que no pueden ganar. Es la última jugada de Trump para salir reforzado y poder presentarse como una víctima, su papel favorito. ¿Habrá otros mil días? No lo duden. Queda una esperanza, la frase de Churchill: “En política, un día es un año; y un año, una eternidad”.