Exhumación del dictador
Enredados en el franquismo
En las cunetas de España aún esperan a ser desenterradas las víctimas de la infamia. Ahora que el dictador abandona su colosal mausoleo sería el momento de poner punto final a tanto silencio
Los restos de Franco se preparan para emprender el vuelo. Más de 40 años habrá costado desterrarlo al silencio de la muerte particular, lejos de cruces presuntuosas, cúpulas monumentales y peregrinajes de vergüenza.
Estos días, la Generalitat de Catalunya ofrece a los familiares de personas desaparecidas durante la guerra civil y la dictadura la posibilidad de participar en el Programa de identificación genética. Basta con someterse a una prueba gratuita de recogida de ADN y la muestra se podrá comparar con los datos genéticos de los restos exhumados de personas desaparecidas. En caso de coincidencia, los familiares podrán decidir el destino de los restos.
La familia de Franco pide honores militares en la reinhumación del dictador: interpretación del himno nacional completo, arma presentada y una descarga de fusilería o una salva de cañonazos. Las familias de los desaparecidos solo reclaman unos restos para poder dar una despedida particular a su muerto.
La última humillación
Unos quieren rescatar a los suyos del silencio impuesto. Otros, los nietos del hombre que alargó la guerra para auparse al poder (si aún no lo han hecho, corran a ver ‘Mientras dure la guerra’), quieren un redoble de tambor y la última humillación del país que devastó su abuelo. El Gobierno ya ha anunciado que una democracia no rinde homenajes a dictadores. Si no hay cambio de planes, los restos de Franco serán llevados en helicóptero al cementerio de Mingorrubio, en el distrito de El Pardo, en Madrid. Ahí reposan, en la tranquilidad del olvido, Carmen Polo y otros jerarcas del franquismo. Ojalá fuera tan sencillo enterrar su herencia.
No nos merecemos tanta prevalencia de un régimen cruel y gris
El espantajo del franquismo sigue vivo. Ahora agitado por unos. Ahora meneado por otros. No nos merecemos tanta prevalencia de un régimen cruel y gris. 'Franquista' se ha convertido en el calificativo preferido de aquellos que no quieren discutir con los diferentes. En Catalunya, recibir el premio es sencillo, basta con señalar las contradicciones del independentismo. En cambio, el título no siempre se hereda. El soberanismo luce en sus filas a más de un hijo y nieto de colaboradores enriquecidos por ese pasado al que dicen combatir. ¿Habrán renunciado a su herencia familiar?
En cualquier caso, el ejercicio de revisar ascendentes es baldío. Los fervores ideológicos no siempre se transmiten entre generaciones. Es más, la historia está plagada de vástagos rebeldes. Y hurgar en el bando de los abuelos propios o ajenos es un ejercicio de estulticia superlativa. Básicamente, porque la inmensa mayoría de los que combatieron tan solo querían sobrevivir, volver a su casa y olvidarse de una maldita guerra que ni habían provocado, ni deseado. Además, hay muchas maneras de perder o ganar una guerra. Hay quienes siempre salen ganando. Basta con saber arrimarse a la victoria.
Luz o sombras al antojo
¡Qué uso más desastroso hacemos de la memoria! Solo nos aproximamos a ella para engrandecernos, siempre eligiendo el recuerdo que más nos favorece. Luz o sombras al antojo. Pienso ahora en el honesto ejercicio de Javier Cercas en 'El monarca de las sombras', en el que el autor pacta con su herencia particular de la guerra. Se necesita mucha valentía para afrontar y reconciliarse con una memoria familiar situada en las antípodas del propio pensamiento político.
La Transición trató de cerrar mal y rápido el pasado. No es una crítica, probablemente se hizo cuanto se pudo. Pero al echar paletadas de silencio sobre tanta muerte, también se creó abono para las leyendas, mitificando gestas que nunca fueron tan bellas como luce su estampa en la memoria reinventada. Lo peor es ver cómo se juguetea con ese pasado para trenzarlo con el presente. Y así, un movimiento alentado por un gobierno, unos medios públicos y asociaciones subvencionadas crea el artificio de estar aún combatiendo en una guerra pretérita. Eso sí, eligiendo para sí el bando más fotogénico.
El pasado jueves, en Barcelona jugaron al gato y al ratón una marcha ultra y otra autodenominada antifascista. La inmensa mayoría de los movilizados, en un bando o en otro, eran muy jóvenes. Los ultras rescataron del cementerio de la historia la rojigualda franquista y sus voces entonaron un 'Cara el sol' que apestaba a muerte. Un secesionista recibió una paliza de un grupo ultraderechista. Un ultra que portaba un cuchillo fue apaleado por independentistas. Un bando y otro, llevados por la ignorancia, la épica o por ambas, parecían querer resucitar una guerra civil que solo trajo miseria y dolor.
En las cunetas de España aún esperan a ser desenterradas las víctimas de la infamia. Ahora que el dictador abandona su colosal mausoleo sería el momento de poner punto final a tanto silencio. Los que murieron por la perversa ambición de Franco también deben recibir su particular despedida. Todos, herederos de vencedores y vencidos, nos merecemos dar sepultura a un pasado que se empeña en enredarse en nuestros pies. Busquemos, lloremos, despidámonos y despojémonos de los uniformes de los muertos. Ya no hay apresto en sus ropajes, tan solo el hedor de los finales tristes.
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