IDEAS

Damas y vagabundos

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Miqui Otero

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Si todo fuera compartir el mordisqueo de un espagueti en la Tagliatella o pasar una buena noche en un camastro de Ikea, no existirían tantas novelas sobre romances entre damas y vagabundos.

Pero resulta que afianzar esa relación, como comer espaguetis sin cuchara en casa de los suegros, no es tan fácil, ni económica ni culturalmente. A Cupido le gusta esperar a que coincidan un ser humano adinerado y otro de clase trabajadora para tensar su arco. Habrá quien diga que esas diferencias ya no importan, pero también hay quien defiende que ni siquiera existen las clases sociales. 'Gente normal', la última novela de Sally Rooney, demuestra que no es así.

Sobre 'Gente normal', de Sally Rooney, y otras novelas recientes sobre el amor entre personas de diferente clase social  

Sus protagonistas, Marianne y Connell, se conocen en el instituto. Ella es una chica marginada y adinerada, mientras que él es el popular hijo de la mujer de la limpieza de ella. Se tocan, se encaman, se intentan querer y se influyen. Se reencuentran en la universidad más prestigiosa de Dublín, donde los papeles se invierten: él tan fuera de lugar, su vida y ropa es un frufrú de tejido barato, mientras que ella ha pasado de patito feo a cisne sofisticado. No les prohíben verse, como en las novelas de antes: es solo que todo condiciona su difícil encaje.

Esta es solo una más de varias novelas recientes y hermosísimas sobre parejas Guadiana. Como Ifemelu y Obince, la nigeriana becada en una universidad de Nueva Jersey y su amor de instituto, que se quedó en su país, en 'Americanah', de Chimamanda Ngozi. O Emma y Dexter, la chica pobre pero culta con el descerebrado pijo: asistimos a su relación cada 15 de julio durante los 20 años de 'Siempre el mismo día', de David Nicholls.

Todo viene del amor entre el noble y la gitanilla de Cervantes, "tan linda que hecha de plata o alcorza no podría ser mejor". Prefiero no contar sus sorpresas, ni tampoco las de todos estos personajes que se encuentran y desencuentran y reencuentran durante media vida, siempre equivocándose de piso en el ascensor social. Aunque a veces el ascensor se para, averiado entre dos plantas, y todo lo que sucede ahí dentro es posible, porque solo importan esas dos personas (encerradas a solas) y la certeza que todo minuto puede ser el último.

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