Al contrataque

Visión doméstica

Cuando me desperté el lunes, la sentencia del juicio del 'procés' se acababa de hacer pública. Por alguna absurda razón, yo había decidido que lo razonable serían penas que no llegaran a los dos dígitos

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Milena Busquets

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Cuando me desperté el lunes, la sentencia del juicio del 'procés' se acababa de hacer pública. Mi hijo mayor (el pequeño estaba en casa de su padre) me esperaba en el salón con el móvil en la mano y una media sonrisa inescrutable que podía significar o “yo ya lo sabía” (llevábamos semanas elucubrando sobre lo que podía ocurrir) o “buenas noticias”. Me pasó el móvil sin decir palabra, vi que había penas de más de 10 años. Por alguna absurda razón, yo había decidido que lo razonable serían penas que no llegaran a los dos dígitos. “Vaya”, dije cautelosamente (y porque antes del café soy una inútil total), “son muchos años”. “Sí”, dijo Noé y se marchó a la universidad.

Mi hijo mayor está a punto de cumplir 20 años, está en tercero de ingeniería de telecomunicaciones, toca el piano, hace deporte y es mucho más sensato y prudente que yo. También es independentista. Nunca he intentado que mis hijos fuesen un reflejo de mí, me hubiese parecido un fracaso. Ambos son mucho mejores.

Me puse a trabajar con la televisión encendida sin volumen y un ojo puesto en el móvil. A media mañana escribí a Noé para saber dónde estaba, me dijo que yendo hacia plaza de Catalunya. “Plaza de Catalunya”, pensé, “bueno”. Al cabo de un par de horas se hizo el llamamiento para que la gente fuese al aeropuerto. “El aeropuerto”, pensé, “en fin”. No me embargaba la alegría. Le mandé un mensaje a Noé para ver si quería comer en el bar de al lado de casa al que vamos habitualmente. “No sé”, respondió, y al cabo de unos minutos, “me voy al aeropuerto caminando con unos amigos”. Evidentemente, no intenté disuadirle.

A media tarde se quedó sin batería en el teléfono, me llamó desde el de uno de sus amigos para decirme que habían llegado y que estaban bien. Después perdió a sus amigos en el barullo. Yo no conocía a nadie más que pudiese estar en el aeropuerto en ese momento para darme noticias y no tengo Twitter, así que me quedé pegada al televisor y al móvil, por si acaso volvía a llamar. Recordé el día del referéndum ilegal, en cuanto vi por la televisión que la policía empezaba a ponerse violenta con los manifestantes, fui al colegio electoral de al lado de casa a buscarle y a asegurarme de que estaba bien (el colegio electoral parecía, por cierto, una pacífica reunión social, estaban, entre muchos otros, mi cantante favorito con su madre, una maravillosa modelo veterana, un cómico famoso, un hijo de Pujol, una gran editora y varios amigos).

Noé llegó a casa pasada la medianoche, agotado y medio alucinado, le preparé una hamburguesa gigante con patatas fritas y se fue a dormir. Al día siguiente a las siete y media de la mañana se iba a clase como cada día. Yo sigo siendo contraria a la independencia.