Análisis

Volverlo a hacer

Repetir lo que nos ha llevado hasta aquí, sin conceder nada a la autocrítica, solo nos puede llevar a ensoñaciones peores. Pesadillas, entonces

Torra en el homenaje al President Lluís Companys en Montjuïc.

Torra dice ' Ho tornarem a fer', en el homenaje al President Lluís Companys en Montjuïc. / periodico

José Luis Sastre

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Para llegar a la conclusión de que no fueron en serio no hacían falta los 500 folios de la sentencia. Bastaba con los testimonios que muchos de los líderes independentistas ofrecieron dentro y fuera de los juzgados, incluso en las declaraciones en privado, donde se desmoronaban los castillos en el aire y admitían que aquello que proclamaban eran maniobras simbólicas: lo que había que hacer para que no les llamaran traidores. Eso lo reconocieron ellos, antes de que el Supremo lo llamara engaño y señuelo y artificio y ensoñación, porque todos vieron que el referéndum fue sin garantías y de ahí no podía emanar ningún mandato.

¿A qué se refiere entonces Quim Torra cuando habla de volverlo a hacer? ¿A votar fuera del marco legal? ¿A vulnerar el reglamento del Parlament y dejar sin voz a la mitad de la Cámara? ¿A regresar a la vía unilateral para que empiece todo de nuevo? ¿Qué es volverlo a hacer sino un eslógan?

El encaje legal para el anhelo de votar

Llegados a este punto de trincheras, en que por cada crítica te señalan como intolerante, hay que ir repitiendo cada vez que todos tienen algo de responsabilidad, pero no la misma: cientos de miles de catalanes quieren votar y corresponde a la política buscar el encaje legal para ese anhelo; aunque lo más probable es que, en plena campaña, el oportunismo gane a la altura de miras. Catalunya da y quita votos y así es como la ven muchos estrategas madrileños, en vez de tomarse lo que hay como una crisis de convivencia. Las primeras respuestas, con apelaciones al Código Penal, no son precisamente alentadoras. 

Eso no quita para preguntarse por la siguiente parada que propone Torra, que ha vaciado a las instituciones en las que Catalunya fundó su autogobierno, tanto la Generalitat que tiene un president vicario como el Parlament que abre en días sueltos. No es que Torra delegue en la sociedad el protagonismo -y las responsabilidades- cuando llama a la desobediencia civil, es que ha dejado a la institución sin autoridad para encauzar nada. ¿Qué es lo que dicen que volverían a hacer si aquello que hicieron -la ensoñación, el artificio, el señuelo- dejó una fractura que apenas empezaba a cicatrizar, si no hay nadie al timón?

Se dirá: los independentistas consideran que la sentencia es excesiva e injusta, concurrieron a las elecciones comprometidos con el referéndum y están en su derecho de articular su discurso, que ya decidirán los votantes. Nadie lo discute. Pero habrán de asumir entonces que prometen un camino por el que transitaron antes y cuyos efectos son conocidos de todos, empezando por la Unión Europea de la que esperaban que respaldara la vía unilateral. Otra ensoñación.

Habrán de reflexionar los partidos españoles que ni impidieron ni gestionaron el desgarro que aún atraviesa a la sociedad catalana y habrán de plantear fórmulas de entendimiento porque esto no es un choque por unos cuantos miles de votos, sino un conflicto. Pero es responsabilidad de la Generalitat asumir también las consecuencias de aquello que promete. Repetir lo que nos ha llevado hasta aquí, sin conceder nada a la autocrítica, solo nos puede llevar a ensoñaciones peores. Pesadillas, entonces.