ANÁLISIS
Se busca pista de aterrizaje
Ya hay sentencia del TS. Se acaba una etapa. Pero el problema del encaje de Catalunya en España no ha terminado
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Solíamos llamarlo choque de trenes, pero acabó convirtiéndose en un despegue hacia ninguna parte. Por un “señuelo”, como dice la propia sentencia del Tribunal Supremo, los líderes políticos y sociales del ‘procés’ han sido condenados a penas de hasta 13 años. Da igual si las expectativas eran peores o mejores: son penas muy altas, condenas muy duras. Trece años por construir un señuelo que quería forzar una negociación, según afirma la sentencia. Es de esperar que al menos desde las cavernas ultramontanas se deje de llamar golpistas a los ya condenados, que lo del respeto a las decisiones judiciales debería ser cosa de todos.
Durante los dos últimos años, la sentencia del TS se había convertido en un fin en sí misma, como si los jueces fueran a acabar con el conflicto catalán. Sentencia, protesta en la calle, gesticulación de la Generalitat sin sobrepasar líneas rojas bajo amenaza del artículo 155 de la Constitución, reactivación de la euroorden contra Carles Puigdemont y los ‘exconsellers’ en el extranjero, tal vez elecciones autonómicas, y se acabó el ‘procés’. Esa es la hoja de ruta. El Estado de derecho ha vencido y castigado sin contemplaciones a los insensatos que montaron el señuelo. Nadie volverá a atreverse a hacer algo parecido, visto cómo se las gasta el Estado. Y por si acaso, Pablo Casado a los pocos minutos de conocerse la sentencia ya habla de crear los delitos de rebelión sin violencia y de convocatoria de referéndum ilegal.
Muy lejos de estar convencidos
Diríase que no se ha aprendido nada. Los dos millones de catalanes que apoyan la independencia siguen donde estaban. Enfurecidos y entristecidos por la condena. Tal vez vencidos por la fuerza del Estado de derecho español, que ha demostrado que no es ese Estado casi fallido, carcomido por la crisis económica y el agotamiento del modelo de la Transición, que algunos (no necesariamente independentistas) dibujaban. Quizá vencidos, sí, pero lejísimos de estar convencidos, ahora que Amenábar nos ha devuelto la figura de Unamuno, o al menos resignados.
La hoja de ruta debería contemplar buscar una pista de aterrizaje para ese avión que despegó irremediablemente el 6 y el 7 de septiembre del 2017 pero que lleva años moviéndose por la pista, ganando pasajeros. La tripulación ha pagado un alto precio por los errores que cometió, y ahora el avión vuela sin rumbo, pero hay que hacerlo aterrizar. La actitud y las decisiones que adopten las instituciones catalanas estos días serán decisivas. Pero a medio y largo plazo, cuando termine el fragor electoral, es responsabilidad de los líderes españoles montar la pista de aterrizaje.
Se busca pista de aterrizaje. Y pilotos. E ingenieros. Los necesitamos para que nos saquen de las tinieblas.
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