ANÁLISIS

Defender la sentencia también es legítimo

Con este veredicto se cierra una etapa en la que se ha hecho justicia. Lo que sucedió en el 2017 no se puede banalizar

Los líderes independentistas acusados por el 'procés', en la sala del juicio del Supremo.

Los líderes independentistas acusados por el 'procés', en la sala del juicio del Supremo.

Joaquim Coll

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Estábamos ya advertidos de que a buena parte de la sociedad catalana, particularmente al mundo soberanista, la sentencia no le iba a gustar, excepto que los acusados fuesen absueltos. Llevábamos semanas oyendo que cuando se hiciera público el veredicto habría una “respuesta contundente” en la calle y desde la instituciones. Desde después del verano se nos ha explicado, insistentemente, que la desobediencia es legítima, a menudo con paralelismos ofensivos para las auténticas víctimas como comparar a nuestros acomodados independentistas con los apaleados negroafricanos. Se ha prefigurado un escenario caótico para los días que vienen y algunos sueñan con imágenes al estilo de Hong-Kong, aunque es dudoso que sucedan. Vamos a vivir una especie de profecía autocumplida; los mismos medios que han excitado la protesta van a ser los más entusiastas en comentar su desarrollo.

Se ha hecho justicia

Y sin embargo estos días otros muchos catalanes sentiremos justo lo contrario. Pensaremos que con este veredicto se cierra una etapa en la que se ha hecho justicia. Lo que sucedió en 2017 no se puede banalizar ni convertir en una simple artimaña de unos políticos que solo querían negociar. Ni impunidad pero tampoco revanchismo. Así lo han entendido por unanimidad los jueces del Tribunal Supremo tras un juicio modélico dirigido por Manuel Marchena. El resumen de la sentencia es que, si bien hubo hechos violentos el 20-S y el 1-O, la violencia no formaba parte estructural del plan secesionista, y de ahí el tipo delictivo elegido (sedición) y la graduación de las penas para los acusados. Sentencia, pues, garantista. En los días que vienen muchos ciudadanos guardarán silencio ante el enfado de sus amigos, vecinos o familiares, y sufrirán resignadamente las molestias de los que protestan, pero en su fuero interno se sentirán reconfortados porque el Estado de derecho ha funcionado. En Catalunya tan legítimo ha de poder ser tomarse una tila para llorar la suerte de los acusados, como un gintonic, no para celebrar los años de cárcel de nadie, sino para saludar la fortaleza de nuestra democracia.

Se dirá ahora que el veredicto enquista el conflicto, pero ninguna sentencia se dicta para resolver un problema político. Y sin embargo la aceptación de lo que dice la justicia forma siempre parte de la solución porque marca los límites de la política. Cuanto antes se interiorice esto, mejor para todos. El independentismo intentará llevarnos por el camino contrario. Los más exaltados esperan que la protesta colapse el área metropolitana y se haga oír fuera de España. Lo más probable es que sea el último coletazo de un movimiento derrotado y frustrado aunque todavía con mucha capacidad de movilización.

Pese al ruido inicial, se apagará con el paso de los días porque la protesta es reactiva, emocional, y carece de un objetivo realista. Esta semana se le prestará mucha atención. Pero aceptar la pluralidad de la sociedad catalana es reconocer que tan legítimo es lamentar la sentencia como considerarla justa y defenderla. Entre otras cosas porque sin reproche penal no puedo haber perdón ni reconciliación.