ANÁLISIS

El 'brexit' y las mayorías perversas

Poner a consulta una decisión trascendente donde la sociedad está profundamente dividida solo sirve para crear bandos

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brexit / periodico

Rafael Vilasanjuan

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En la semana crítica del brexit se multiplican las preguntas ¿Conseguirá Boris Johnson un acuerdo o acabará convocando elecciones? ¿La cumbre de líderes europeos dejará que Londres acabe decidiendo salir por las bravas? Y si eso es así, ¿Habría antes elecciones en Gran Bretaña o un segundo referéndum? ¿Qué quiere el Reino Unido? ¿Qué quiere Europa? ¿Alguien lo sabe? Lo único cierto es que a pocos días de que se consuma el horizonte señalado, el próximo 31 de octubre, el dilema sigue intacto: ¿habrá brexit, sí o no?

El camino ahora mismo está abierto a todos los escenarios, incluido el que parecía mas remoto: un segundo referéndum que ponga negro sobre blanco las condiciones de salida. Porque aunque Gran Bretaña parece mayoritariamente decantada hacia afuera, esa mayoría es exigua y el diablo puede estar en los detalles. En función de cómo se plantee, algunos podrían pensar en quedarse y decantar la balanza hacia el signo contrario. La cuestión entonces sería ¿Un segundo referéndum tendría menos legitimidad democrática que el primero?

Lo que el brexit nos enseña en estos años de navegación sin rumbo es que poner a consulta una decisión trascendente como ésta, donde la sociedad está profundamente dividida, no sirve para validar mayorías, sino para crear bandos. En la teoría política no se considera el referéndum como una estrategia para desbloquear la falta de acuerdos políticos, sino para refrendar aquellos que finalmente consiguen un consenso suficiente. Vale para el brexit, como valdría también para un hipotético referéndum de independencia en Catalunya, donde el recurso a la consulta para legitimar mayorías exiguas, mas que una práctica democrática se puede convertir en un ejercicio autocrático donde una mayoría exigua impone sus condiciones al resto y sin matices.

Prueba de fuego

Antes de esa consulta pueden pasar muchas cosas. Boris Johnson se enfrenta a su primera prueba de fuego en el parlamento británico. Si arranca un acuerdo in extremis el jueves en la cumbre de los líderes europeos, lo presentará a votación para un  o para un no. Es probable que la Cámara, rendida a los esfuerzos inútiles de haber puesto a consulta algo que eran incapaces de llevar a la práctica, lo descarte y fuerce un nuevo proceso electoral.

Para Johnson esa es tal vez su tabla de salvación. Con un acuerdo en la manos rechazado por la oposición la campaña para ser elegido se dispara. Tal vez por eso los laboristas, divididos, -aunque en menor medida- entre los convencidos a un lado y a otro de abandonar Europa, promuevan un  referéndum, que deje al menos claro que sin acuerdo no hay salida y que por lo tanto va a hacer falta tiempo y negociación si la respuesta sigue siendo irse. Todo un laberinto al que los Comunes harán frente el próximo sábado, cuando se reúnan en Westminster para medir fuerzas y saber si pueden finalmente salir del dilema binario, construyendo un camino que rompa este juego de mayorías tan exiguas como perversas, incapaces de avanzar.