Opinión | Editorial

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Un Nobel contra el olvido

Quizá lo más importante del premio a Abiy Ahmed sea recordar al mundo qué sucede en esa región

El primer ministro etíope, Abiy Ahmed.

El primer ministro etíope, Abiy Ahmed. / periodico

El Premio Nobel de la Paz concedido a Abiy Ahmed, primer ministro de Etiopía, reconoce a un tiempo los esfuerzos del joven político para liberalizar un régimen habituado a la represión desde hace decenios y el acuerdo de paz suscrito con el presidente de Eritrea, Isaías Afewerki, después de 20 años de guerra fronteriza que ha costado unos 70.000 muertos y un número incalculable de desplazados y refugiados. Ahmed fue nombrado primer ministro en abril del año pasado y su mayor mérito es haber logrado tales logros en un cortísimo espacio de tiempo y, en el caso de la paz con Eritrea, haber llevado por la senda del diálogo a su interlocutor, un dictador de largo recorrido. Pero acaso la consecuencia más importante del premio sea acercar a la opinión pública occidental la angustiosa realidad de la pobreza, los enfrentamientos de vecindad, las rivalidades étnicas y el autoritarismo enquistado en la región.

Frente a la preponderancia de premiados del mundo desarrollado en los otros Nobel, en el de la Paz, a menudo polémico por el perfil político de los galardonados, salta con frecuencia la sorpresa, como ha sucedido este año y como sucedió en el 2018 con la distinción para el médico congoleño Denis Mukwege y la activista iraquí de la comunidad yazidí Nadia Murad. Entonces como ahora, problemas endémicos y olvidados del Sur fueron momentánea actualidad gracias al premio.

Si hasta la fecha resulta poco menos que desconocida para la mayoría la presencia de eritreos en los flujos migratorios con destino a Europa, quizá a partir de ahora se difundan las razones y se preste atención a la naturaleza represiva de la dictadura de Afewerki, presidente de facto desde 1991, asociado su nombre al acuerdo de paz. Y al mismo tiempo, puede que la momentánea popularidad de Ahmed a escala universal permita explicar a la aldea global la realidad de sociedades que, de forma parecida a la etíope, apenas logran ser tenidas en cuenta por el Norte próspero y parecen condenadas a sufrir el olvido perpetuo.