Desafección

El nihilismo

¿Por qué crecen el resentimiento y el odio? ¿Dónde están los buenos políticos, la buena política?

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Ricard Ustrell

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El actual estado de ánimo me recuerda a lo que se respiraba los días posteriores al referéndum del 1 de octubre. Es una mezcla entre el miedo a conocer lo que se intuye y la rabia al constatar que no ha habido política para solucionarlo. Hay dos evidencias que, aunque haya cambios de escenarios, se mantienen intactas. La primera es que aún persiste y existe una enorme mayoría de gente que está a favor del derecho a la autodeterminación, y la segunda es una idea transversal, la del <strong>cabreo </strong>con toda la clase política por no haber querido entender por qué se ha llegado a esta situación. Ni una ni la otra están en la mente de ningún político. Ni en las palabras del 'centrocampista' Pedro Sánchez, que parece haber olvidado su propuesta federal y ahora solo se fija en el 155, la ley de seguridad nacional o la intervención de las cuentas de la Generalitat, ni en la 'vida-matrix' de Quim Torra cuando dice que “el mandato del 1 de octubre avanza”… ¿Qué mandato, 'president'?

Hace tiempo que vivimos en una especie de nihilismo patológico. Los dirigentes, los partidos políticos, los sindicatos… se preocupan más por alimentar ese nihilismo, ya sea por convicción del desastre, por servilismo o fe ignorante, que por su trabajo, su compromiso a mejorar nuestras vidas.

Hay días tristes en los que me pregunto: ¿Por qué hemos perdido los sanos deseos, los buenos principios y hemos renunciado a cualquier intento de construir un mundo mejor? ¿Por qué crecen el resentimiento y el odio? ¿Dónde están los buenos políticos, la buena política? Y ¿por qué destacan más los periodistas que filtran que los que informan? La respuesta me hace sentir peor.

Hay una canción de Txarango que hace dos años me animaba muchísimo. Se llama 'Agafant l’horitzó' y habla del futuro y de la memoria, de no hacer ondear banderas. Habla de la gente de mar, de ríos y de montañas. Ahora, cuando la escucho, me entristece. Ese desierto que avanza, ese inverno occidental, está acabando precisamente con la vida. Y lo peor de todo: Jordi Cuixart no lo hubiera permitido.