A pie de calle
La defensa de los árboles en la ciudad
La encina de Can Vidalet y el Jardí del Silenci de Barcelona son ejemplos de espacios verdes urbanos que las movilizaciones vecinales han conseguido preservar
Josep Gordi
Profesor de Geografia de la Universitat de Girona
Josep Gordi
Este pasado mes de septiembre he visitado dos espacios de la Vil·la de Gràcia con el objetivo de escuchar a dos colectivos de vecinos que trabajan para defender los árboles y los jardines de su barrio, dentro de un distrito que es el segundo de la ciudad con un menor número de árboles. Según datos del 2017, hay 7.291 pies plantados, cantidad muy alejada de los 30.291 que tiene el distrito de Sant Martí o de los 22.678 del Eixample. Me refiero a las personas que forman Salvem l'Alzina, grupo que lucha por salvar la encina de Can Vidalet y las casas que tiene delante. Cabe destacar que una de ellas fue la sede del Ateneu Obrer que dirigió la hija de Ferrer i Guàrdia. También estuve hablando con los integrantes de la asociación Salvem el Jardí, agrupación integrada por las personas que lucharon por salvar un jardín que había detrás del convento de las Misioneras del Santísimo Sacramento, en la calle de la Encarnació, que las máquinas derribaron ya hace unos años. A este jardín actualmente le llaman El Jardí del Silenci.
Árboles monumentales
Es oportuno, antes de continuar con la explicación de los hechos, hacer una breve reflexión de por qué es necesario proteger la encina de Can Vidalet. Recordemos que se trata de un árbol que tiene más de 200 años y que, por tanto, comenzó a germinar a finales del siglo XVIII, cuando la ciudad estaba amurallada y a su alrededor solo había campos de cultivo, masías y conventos. Tras repasar el catálogo de árboles de interés local de Barcelona, se evidencia que esta encina es, posiblemente, uno de los árboles más viejos de la ciudad. Solo por este hecho ya merecería el reconocimiento como árbol monumental y que la ciudad lo honrara con una plaza redonda a su alrededor que rompiera la geometría cuadrangular de las calles y las otras plazas de su entorno.
También hay que subrayar que los árboles, sobre todo dentro de la ciudad, son los seres más generosos del mundo aunque solo sea pensando en la salud de los ciudadanos: enriquecen el aire que respiramos al expulsar oxígeno; ofrecen una sombra muy preciada en los días calurosos de la estación estival, captan elementos contaminantes, son un testimonio del paso del tiempo y un referente para reconectarnos con la naturaleza.
¿Qué tienen en común los dos espacios mencionados aparte de la localización? Pues que el hecho de que sigan allí es el resultado de la movilización popular para la defensa de los árboles y los espacios verdes ante licencias municipales que permitían el derribo y el inicio de obras para la construcción de viviendas y párkings.
Desaparición de espacios verdes
Ante estos hechos, es lícito preguntarse por qué los responsables políticos no han tenido presente que, a pesar de la legalidad de las ejecuciones urbanísticas empresas, estaban provocando la desaparición de espacios verdes en un barrio con una elevada densidad urbana y, sobre todo, que se podían haber puesto en marcha otras iniciativas para evitarlo, tal como buscar permutas o iniciar procesos de expropiación.
Solo hay que tener presente en qué situación se encuentran actualmente estos espacios para darnos cuenta de que la decisión inicial municipal podía haber sido bien distinta. El lugar donde se ubica El Jardí del Silenci ahora es de propiedad municipal y lo gestiona, a partir de un convenio con el Ayuntamiento, el colectivo que luchó para salvarlo, y la encina de Can Vidalet ha sido declarada recientemente "árbol de interés local" por parte del Ayuntamiento de Barcelona.
Podemos concluir, pues, que la institución municipal ha reconocido el valor que poseen estos espacios para el barrio de Gràcia y ha dado pasos para protegerlos a partir de la oposición vecinal. Soy consciente de que estos conflictos no están del todo cerrados y mi deseo es que el verde gane la batalla al gris.
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