LA CLAVE
El destello de los jarrones chinos
La nostalgia bipartidista arremete con fuerza en la campaña del 10-N
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Felipe y Mariano, Mariano y Felipe, triunfaron la semana pasada en la primera edición del Foro La Toja-Vínculo Atlántico. Su larga charla de dos horas, celebrada en un ambiente relajado y cómplice, dejó momentos que han gustado mucho en medios y redes, sobre todo por parte de un socarrón Mariano Rajoy (“La mejor receta para un político es comerse sus propias palabras”, dijo en una cita que atribuyó, cómo no, a Winston Churchill). Viéndolos, nadie se acordaba de la famosa frase de Felipe González: “Los expresidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes". Aquello no eran dos jarrones chinos; era una fuente de sabiduría, el Estado les cabía entero en sus dos cabezas, a izquierda y a derecha.
Vivimos tiempos de nostalgia bipartidista, producto de cuatro años de estéril multipartidismo en el Congreso. El arreón en las encuestas del PP de Pablo Casado y el hundimiento de Ciudadanos se perciben como una oportunidad para que de nuevo los dos grandes partidos den un paso adelante con responsabilidad y sentido de Estado. En las portadas de los medios de derechas, Alberto Núñez Feijoo pide una gran coalición. En el PP, desde que Pablo Casado no se afeita todo son miel sobre hojuelas de moderación (parece mentira, pero Cayetana Álvarez de Toledo y Ana Pastor son candidatas del mismo partido). En Ciudadanos, Albert Rivera da un giro sobre sí mismo y pasa de no pactar con nadie a querer pactar con casi todo el mundo. Y Pedro Sánchez se lo mira, con la media sonrisa de quien dice ‘yo ya lo sabía’, aunque la sonrisa es un pelín rígida, eso sí, porque las encuestas indican que todo este viaje puede acabar dónde estábamos no ya el 28-A, sino después de la moción de censura: con un Gobierno del PSOE en minoría, al que la derecha ha permitido la investidura y que dependa de Podemos, confluencias y (horror) independentistas para sacar adelante su programa.
La nostalgia bipartidista es fruto del dichoso relato. Los partidos saben que la ciudadanía está irritada y busca a quién castigar el 10-N. Se trata de asegurar que no volverá a suceder lo mismo. Y ahí están Mariano y Felipe, Felipe y Mariano, para recordarnos que con ellos esto no pasaba. Todo era mejor en los felices y bipartidistas 80, 90 y 2000: la estabilidad, la responsabilidad, el sentido de Estado. No había independentistas (nadie se atreve a expresar en público nostalgia de Jordi Pujol, pero…), ni redes sociales ni sopas de siglas. Como en las relaciones rotas, el paso del tiempo lima las asperezas, lo malo se olvida, y donde no alcanza la memoria llega la imaginación. El problema es que no son tiempos tan pasados. Rajoy y su sobremesa de whiskys mientras en el Parlamento triunfaba la moción de censura es cosa de anteayer. También la recogida de firmas contra el Estatut. O la corrupción. Y la desaceleración acelerada. Y la reforma exprés de la Constitución. Y el alejamiento entre ciudadanos y políticos. Y así una larga lista.
Canto de sirenas
Al final, parece que el propio PP y PSOE no formen parte del multipartidismo y, en el 2015 y el 2019, no hayan tenido su parte de responsabilidad en el bloqueo. El destello de los jarrones chinos se asemeja al canto de las sirenas: es bonito, pero engañoso y peligroso, como vivir en la nostalgia.
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