Filme sobre la guerra civil

¿Amenábar, equidistante?

'Mientras dure la guerra' recoge la dolorosa enmienda que Unamuno se hizo a sí mismo con el devenir del conflicto

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Paola Lo Cascio

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La última película de Alejandro Amenabar "Mientras dure la guerra"Alejandro Amenaba, ha generado un aluvión de críticas positivas y negativas. Entre las negativas hay que resaltar dos. La primera hace referencia a una supuesta equidistancia respecto al franquismo, derivada de una lectura a su vez sesgada y celebrativa de la crítica unamoniana en torno a la maldad equivalente de los dos bandos enfrentados. La segunda en cambio hace referencia a la visión que se da de los generales franquistas y concretamente de la propia figura de Francisco Franco.

¿Amenabar proyecta una visión equidistante de los hechos amparándose en el discurso final de Unamuno? En realidad el seguimiento que se hace de la figura del intelectual vasco recorre todo el film y acaba siendo uno de los hilos narrativos más importantes. El profesor es dibujado como un viejo sabio, despierto y carismático, ecléctico en su formación y definitivamente consciente de su peso en la orientación del debate público. También se retrata su profundo malestar por la orientación que cogió la República pero su crítica es más displicente que preocupada, como se ve en la opinión negativa que tiene de Azaña, considerado un político por encima de todo poco solvente.

Una violencia terrible

En este sentido no se esconden ni el apoyo financiero que el propio Unamuno dio a los sublevados ni la famosa entrevista del principio de la guerra en la que se acerca a los militares rebeldes. Y, sin embargo, la película capta de manera precisa el convencimiento del profesor de que este golpe se parecería como mucho al de Primo de Rivera. En este sentido, toda la película es también la historia del cómo, poco a poco -y con dificultades muy grandes, dada su complacencia intelectual- se va dando cuenta de que los parámetros que había usado hasta ese momento para interpretar lo que estaba sucediendo fallan estrepitosamente.

Es muy claro el retrato de cómo progresivamente Unamuno acaba siendo desmentido en su convicción de relativización de las señales de una violencia terrible, al creer que podría interlocutar -con su autoridad- con los generales. La reconstrucción de su relación con el joven catedrático Vila (que acabará ejecutado por los franquistas) es una buena forma de reconstruir la difícil toma de conciencia del profesor. Mientras Vila lo quiere convencer de que se está ante la llegada de una forma de fascismo, Unamuno no se lo creerá del todo hasta que no desparezca su amigo más cercano, el pastor protestante Atilano Coco, y, posteriormente, el propio Vila. Así, el discurso final, más que una declamación teórica acaba siendo por encima de todo una dolorosa enmiendadiscurso finaldolorosa enmienda que el intelectual vasco se hace a sí mismo. Dolorosa por la pérdida de sus amigos, dolorosa porque en el fondo se trataba de admitir que se había equivocado, dolorosa, finalmente, porque es la señal de que todo el mundo que él había conocido se estaba acabando. En este sentido, el discurso de Unamuno no es exactamente "el manifiesto" de la película en la medida en que en la economía narrativa de la misma representa la culminación de un proceso intelectual y vital más largo.

¿El dictador humanizado?

La otra crítica se refiere a un supuesto blanqueamiento de los generales franquistas, al retomar los debates y las tensiones internas hasta la proclamación de Franco como Generalísimo, así como la figura del futuro dictador. Se acusa al director de haberlo humanizado hasta el punto de generar empatía en los espectadores. Aquí también quizá haya un planteamiento equivocado: los debates internos entre los militares sublevados han existido y son una parte sustantiva en la explicación del porqué y del cómo la guerra se desarrolló de la manera en que lo hizo, tal y como la historiografía ha podido demostrar. Otra cosa es que este aspecto haya sido tradicionalmente menos tratado en las obras cinematográficas. En este sentido, un aspecto que parece especialmente interesante es cómo se ve el conflicto entre los generales peninsulares y los ‘africanos’, que se cuece ya a partir de los años 20 y que explica también un diferente planteamiento respecto a la violencia.

El retrato de Franco no por ser atrevido deja de ser coherente. Y capta la dimensión fundamental de su figura, que es la de un militar africanista profundamente católico, reaccionario, la mayor virtud del cual es la capacidad de calcular prudentemente, pero sin mucha idea política. Un militar familiarizado con la violencia más extrema, dispuesto, con una aparente tranquilidad y sin ningún remordimiento, entre un rosario y una taza de té, a decidir exterminar una parte de sus propios conciudadanos.

Profesora de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.