Análisis
¿Un octubre dramático para Barcelona?
Quizás ha llegado el momento de que la ciudadanía empiece a manifestarse por la moderación
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
Estamos iniciando un mes de octubre que, de hace tiempo, se viene anunciando como muy complejo, cuando no revolucionario. A la vista de sucesos recientes y de la coyuntura social y económica, las consecuencias de lo que suceda este mes pueden resultar casi irreversibles para Barcelona. Y, en consecuencia, para Catalunya entera.
Algo incomprensible si atendemos a las encuestas que vienen a confirmar cómo, muy claramente, la ciudadanía catalana, y también la del conjunto de España, prefiere una salida negociada al conflicto, algún tipo de tercera vía alejada tanto de la unilateralidad como de una nueva aplicación del artículo 155. Una moderación que se refleja en la mejora de la convivencia y en la menor predisposición ciudadana a “tomar la calle”, como muestra la gran disminución en el número de asistentes a las manifestaciones.
Sin embargo, la irracionalidad política está alcanzando niveles sorprendentes y, aunque desde las instituciones no se haya quebrado la legalidad, esto puede acontecer en cualquier momento. De hecho, puede haber ya sucedido con la acción violenta que preparaban unos CDR. Caso de ser cierta la implicación de algún alto cargo político en dicha trama, y en un clima de llamada a la desobediencia desde la presidencia de la Generalitat, podemos encontrarnos con la aplicación del 155, o de la Ley de Seguridad Nacional.
De ser así, puede pensarse que durante los meses en que ya se suspendió la autonomía de Catalunya, la vida ciudadana no se vio alterada e, incluso, la actividad económica tendió a normalizarse. Pero en las actuales circunstancias, las consecuencias resultarían mucho más dramáticas.
Así, a diferencia de hace un par de años, nos estamos adentrando en una fase de desaceleración económica que empieza a afectar a la creación de empleo. Una tendencia que, además, alcanzaría a una sociedad catalana tan extenuada como desorientada. A su vez, llevamos ya muchos años en que la política, focalizada en el 'procés', ha desatendido la gestión de los servicios públicos. Las señales de alarma son ya muchas, explícitas en el caso de la seguridad, pero no menos preocupantes en ámbitos como la sanidad.
Finalmente, Barcelona. La ciudad ha visto cómo se debilitaba ese enorme atractivo del que disponía hace una década. Y, lo más preocupante, su fuerza económica reside en lo que viene a denominarse 'soft power', aquel conjunto de actividades, desde el turismo y los congresos a la nueva economía y la investigación, que para su desarrollo requieren de espacios amables, seguros y con calidad de vida. Unas características muy propias de Barcelona, y así se lo reconocía el mundo. Un nuevo episodio como el que vivimos hace dos años, resultaría definitivo para dejar de ser una ciudad de referencia.
La política, por lo menos a corto plazo, seguirá radicalizada. Quizás ha llegado el momento de que la ciudadanía, la denominada 'sociedad civil', empiece a manifestarse por la moderación. Aunque sea de manera poca moderada.
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