Análisis

1 de octubre en latencia

Actuación de la Guardia Civil en Sant Julià de Ramis en su intento de impedir la votación del referéndum.

Actuación de la Guardia Civil en Sant Julià de Ramis en su intento de impedir la votación del referéndum. / periodico

Andreu Pujol Mas

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Dejó escrito Josep Pla, en su volumen dedicado a las Américas, que "una de las locuras más grandes de nuestra época es la de creer que todo puede ser resuelto". Pienso en ello ahora que se conmemora el segundo aniversario del referéndum del 1 de octubre del 2017 y que la cuestión que se pretendía dirimir con aquel ejercicio democrático aún está por resolver. No negaremos la máxima planiana, teniendo en cuenta la vastedad del mundo y la complejidad de los hechos que en él ocurren pero, con respecto al tema que nos ocupa, decenas de ejemplos certifican que se trata simplemente de una cuestión de voluntad política y no de una fatalidad meteorológica o de una disposición divina de obligado cumplimiento.

No necesitamos trasladarnos a las antípodas ni viajar en el tiempo: en la Unión Europea del siglo XXI hemos podido ver una Escocia que trataba el asunto sin espasmos ni crispaciones. Tampoco contemplándolo desde una perspectiva histórica lo podemos saldar como una problemática irresoluble ni como un tema liquidado: los tiempos pretéritos están llenos de ejemplos de reivindicaciones que parecían haber llegado a un punto muerto debido a una dinámica represiva y que, finalmente, se han acabado asumiendo como una cuestión de sentido común.

Pla se refería, precisamente con aquella frase que citábamos, a la convivencia entre blancos y negros en Estados Unidos. Lo escribía en 1963, el mismo año en que Martin Luther King publicaba su 'Carta desde la cárcel de Birmingham', un texto que salía de un centro penitenciario de una de las democracias más avanzadas del mundo. Salvando las distancias (inevitables en cualquier comparación), la cuestión catalana desgraciadamente todavía pasa por las cárceles pero cada vez que hay urnas, lejos de evaporarse como por arte de magia, se reafirma en las cámaras de representación.

Aunque Pedro Sánchez tenía la oportunidad aritmética de intentar empezar a remediarlo, la inestabilidad política que nos lleva a las elecciones del 10 de noviembre es fruto de una situación de bloqueos, tabúes y cerrazones. En un mismo día, Gabriel Rufián -la cara más visible del independentismo en el Congreso- ha hablado de una "ley de amnistía que devuelva el conflicto a la política", mientras que Pedro Sánchez se recreaba en una hipotética nueva apropiación de las instituciones catalanas a partir de la aplicación del artículo 155.

Con dos años de perspectiva, podemos certificar que las porras del 1 de octubre y todas las demás medidas coercitivas solo sirvieron para ganar tiempo. O mejor dicho: para perderlo. 730 días después, amplios sectores de la sociedad catalana siguen exigiendo una solución política que pueda ser ratificada en las urnas a través de un ejercicio de autodeterminación, muchos de ellos lo piden para poder votar afirmativamente a la independencia de Catalunya y entre los menores de 35 años el independentismo es ampliamente mayoritario. El 1 de octubre resiste en latencia y continúa sin haber nadie en el otro lado de la mesa.