Al contrataque

"Prendrem mal..."

Dos años después del 1-O estamos de nuevo en la casilla de salida: ganan los militantes del desafío y los partidarios de responder a saco

Ernest Maragall y Carlos Carrizosa, durante el tenso pleno de política general en el Parlament, el jueves.

Ernest Maragall y Carlos Carrizosa, durante el tenso pleno de política general en el Parlament, el jueves. / periodico

Carles Francino

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Una de las prácticas que más detesto, dentro y fuera del periodismo, es la autocita; ponerse uno mismo como ejemplo, por algo que haya dicho, y así apuntalar una tesis. Pero hoy voy a detestarme un poco; he recuperado un artículo publicado en EL PERIÓDICO el 17 de abril del 2016, titulado '¿Una mierda de país?' -fundamentales los signos de interrogación- donde desnudaba mis sentimientos ante lo que intuía que se nos podía venir encima. “Llevo más de 10 años en Madrid -decía entonces, ahora son ya 14- donde he recuperado el amor por la radio y he echado de menos a muchos colegas de TV-3... pero siempre me ha quedado tiempo para mandar a la mierda a más de uno (pocos, sinceramente...) cuando sus comentarios sobre Catalunya o los catalanes me han parecido ofensivos”. “Hace tiempo que doy casi por muerta -añadía más adelante- una relación política sana entre Catalunya y España (o el resto de España, para que nadie se moleste) y no voy a entrar ahora en las causas, pero nunca sentí tan amenazada como ahora la convivencia que más me interesa: la de las personas. No voy a emular a los que utilizan frívolamente -o con mala leche- las alusiones al nazismo -hoy es a ETA-... pero no creo que podamos anotar a título de simple inventario historias como la del famoso manfiesto del monolingüismo o los cipreses cortados al pobre Albert Boadella...”.

Ya tenemos sospechosos de ir más allá. Así que hoy, en vísperas del 1-O, lamento darme la razón; a mí y a otras personas que con mayor o menor contundencia lanzaron el mismo aviso: "Prendrem mal..." ya no es una posibilidad, nos hemos hecho daño; solo falta comprobar hasta dónde llegarán los pirómanos profesionales, estén en despachos, en las redes o en la calle y enarbolen la bandera que sea. Y hasta cuándo aguantaremos quienes nos negamos a ser reclutados para la guerra. Nos llaman equidistantes y cosas peores; nos critican -y a veces nos insultan- en catalán y en castellano. Pero estoy convencido -y algo de eso reflejan las encuestas- de que somos muchos. En Catalunya, seguro; en el resto de España querría pensar que también.

Sea como sea, ante una fecha cargada de simbolismo y en puertas de una sentencia que resolverá poco y encabronará mucho, tampoco creo que sea el momento de callar. Hace dos años, después del salto al vacío que supusieron las leyes de desconexión, el independentismo tocó techo con la desastrosa respuesta del Estado español a una consulta ilegal. El dilema entre urnas -aunque fueran de pacotilla- y porras no admitía muchas discusiones. Pero dos años después estamos de nuevo en la casilla de salida: ganan los militantes del desafío y los partidarios de responder a saco. Definitivamente sí: “Prendrem mal”.