Pérdida de sentido crítico

Es la cultura, estúpido

Cada vez se lee menos porque requiere un esfuerzo de concentración del que ya no somos capaces, narcotizados por Netflix, YouTube y las redes sociales

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Clara Usón

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No deja de ser irónico que asistamos al resurgir de las pulsiones nacionalistas, y a la exaltación de lo local, cuando ya todos somos americanos, empezando por el algoritmo que me permite escribir este artículo en mi ordenador, de tecnología americana, mejor dicho, de EEUU, la América por antonomasia.

Milenios después de la desaparición del Imperio romano, su legado cultural perdura: hablamos lenguas romances, tenemos un sistema legal basado en el derecho romano y una religión dominante, el cristianismo, que nos trajeron los romanos. Lo que hemos perdido los pueblos que colonizaron los romanos es la conciencia, que aquellos tenían, del poder de la cultura. Quien domina la cultura tiene la hegemonía, como explicó Gramsci, a quien sin duda ha leído Pablo Iglesias, cuya máxima referencia cultural parece ser 'Juego de tronos'Juego de tronos, una teleserie americana. (Si los demás líderes políticos de nuestro país tienen inquietudes o aficiones culturales, lo ocultan celosamente, con la excepción de Rajoy, que hacía ostentación de su pasión por el 'Marca', y de Torra, que no esconde su entusiasmo por los 'castells', la ratafía y la fiesta del caracol).

El declive de un imperio

Se da la paradoja de que el apogeo del dominio cultural americano coincide con el declive de su imperio; China se anuncia como la próxima superpotencia económica mundial, Estados Unidos ha salido trasquilado de sus últimas guerras y la incompetencia patriotera de Donald Trump no hará sino acelerar la decadencia de su país, pero la hegemonía cultural norteamericana perdurará más allá del poder económico y político de Estados Unidos, y el inglés no va a ser sustituido en breve por el mandarín como lingua franca mundial; de hecho, culturalmente, China también se ha americanizado.

Al hablar de hegemonía cultural no me refiero a la filosofía o a las artes plásticas, ni a la literatura o a la música popular, ámbitos, estos dos últimos, en los que el predominio norteamericano o anglosajón es apabullante, sino a cultura en las dos acepciones amplias que recoge el diccionario de la RAE:

“2. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”.

“3. Conjuntos de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”.

Nuestro modo de vida y nuestras costumbres han cambiado de forma extraordinaria en las últimas décadas: somos seres a un móvil pegados, propensos a fotografiar de forma compulsiva cuanto se nos ponga por delante, ya no miramos, fotografiamos, con la impresión de que al captar con nuestro móvil una imagen la hacemos nuestra, y luego podemos olvidarla, o colgarla en FacebookInstagram o Snapchat, en cuyo caso no dormiremos hasta comprobar a cuántos usuarios les ha gustado. Nunca antes nuestra autoestima había dependido tanto de la opiniónautoestima opinión de los demás. Los jóvenes quieren ser 'youtubers', 'celebrities' o 'influencers', ya no leen libros ni periódicos, ni siquiera en formato digital, sus únicas fuentes de información son las bien llamadas “redes sociales”, en la medida en que han sido diseñadas para pescarnos, cazarnos, sujetarnos y no dejarnos escapar.

Zuckerberg y compañía nos están convirtiendo en ganado fácil de pastorear

Los dueños de estas redes, jóvenes norteamericanos multimillonarios, extraen un producto muy valioso de sus presas -de nosotros-, datos con los que comercializan sin pudor y que utilizan para manipularnosdatos manipularnos; son vampiros y nosotros, sus entregadas víctimas. El placer que obtenemos de su mordisco es un entretenimiento banal y continuo que nos exime de pensar y un alimento constante para nuestro insaciable narcisismo. Si cada vez se leen menos libros y periódicos es porque la lectura requiere un esfuerzo de concentración del que ya no somos capaces, narcotizados por Netflix, YouTube y las redes sociales, hemos delegado en Google y en Twitter nuestros conocimientos y nuestra capacidad de pensar, y, por tanto, de desarrollar un juicio crítico: opinamos lo que opine nuestro opinador de Twitter favorito, y expresamos con vehemencia, que no se detiene ante la amenaza o el insulto, nuestro odio hacia el que ose opinar de distinta manera. Las redes sociales son también las redes del odio, de la mentira y los bulos o 'fake news'. Distinguir entre verdad y mentira nunca ha sido tan difícil, pero no nos importa, lo que queremos es emocionarnos, no reflexionar. El paradigma del s. XXI es el 'hooligan'.

Zuckeberg y compañía, los nuevos amos del mundo, se frotan las manos, nos están convirtiendo en ganado, en masa acrítica, o, como dicen los políticos, en “pueblo”, tan fácil de pastorear hacia ese futuro que ya se está haciendo presente, en el que el pensamiento y el conocimiento serán privativos de la “inteligencia artificial”, de la que en el mejor de los casos seremos servidores o criados y, en el peor, desechos marginados por inútiles y obsoletos, y en el que careceremos de privacidad.

Aceptamos este estado de cosas como una fatalidad, sin cuestionarlo.

Y todo empezó con una red social… ¡Es la cultura, estúpido!