ANÁLISIS

Un tango de paso cambiado

Aunque el comportamiento social, moral y emocional de Simeone sea el de siempre, ni los ingredientes ni el menaje de la encimera es equiparable a los anteriores

Simeone, en un partido reciente.

Simeone, en un partido reciente. / periodico

Antoni Daimiel

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Igual que en baloncesto se dice que no empieza una serie larga de playoffs hasta que un equipo no gana fuera de casa, una temporada de liga no comienza de verdad hasta que no hay un derbi madrileño o un clásico. Ninguno de los grandes que programa el clímax de su temporada para bien entrada la primavera está completamente preparado antes de terminar septiembre para un partido de esta exigencia, para la estenosis emocional que atrapa la ciudad durante la semana.

Simeone es el entrenador mejor pagado del mundo al que le ha tocado dirigir al equipo del pueblo. Al menos, el equipo del pueblo desde el punto de vista social, moral y emocional, según sus propias palabras. Zidane reivindica que en el Madrid se trabaja mucho, que se madruga y seguramente también piensa que dios ayuda y que cuando aprieta, no ahoga.

Simeone le costó ganar al Madrid desde el Atlético. Nunca lo hizo como jugador y como entrenador tuvo que esperar un año y medio antes de ganarle la final de Copa al vecino del nudo norte, en el Bernabéu además, en 2013. Su récord desde el banquillo rojiblanco en partidos oficiales contra el eterno rival es de nueve victorias, nueve empates y once derrotas, mucho más efectivo en liga que en competiciones por eliminatorias.

El regreso a la ortodoxia

En cada una de las últimas temporadas se repitió el mismo guion por parte del entrenador argentino: se fichan jugadores para poder realizar un fútbol donde la gestión y el cuidado del balón sean más importantes, se prueba de inicio con alineaciones y asociaciones de jugadores de mayor talante ofensivo, los resultados se retuercen y ya entrado noviembre se regresa a la ortodoxia del modelo tradicional, un regreso solicitado y coreado por la mayor parte de la afición como si no fuera a pasar.

Pero aunque el comportamiento social, moral y emocional de Simeone sea el de siempre, ni los ingredientes ni el menaje de la encimera es equiparable a los anteriores. Como en el típico largometraje en el que la muerte del patriarca reúne a familiares en una casa donde afloran rencores pasados, al final de la pasada temporada hasta un total de diez jugadores mostraron, bien en público o en privado, sus deseos de abandonar un equipo que fue subcampeón de liga. Y llegaron ocho jugadores nuevos. La columna vertebral de confianza casi se evaporó al completo, con la excepción de Koke. Godín, Juanfran y Gabi frotaron un día una lámpara de la que salió el Cholo, el genio que les inventó todos sus deseos y les concedió sueños imposibles. Pero como Charlie cuando los Ángeles están a punto de descubrirlo, el genio desapareció cuando necesitaban un abrazo. Tuvieron que marcharse porque consiguieron mejores condiciones profesionales en otros equipos, debido a la norma del Atlético de no renovar por más de un año a jugadores veteranos, una norma o ideada o al menos avalada por Simeone.

Ahora el Cholo debe empezar a construir en un nuevo solar. Si alguien duda de si un mismo modelo de preparación, de acreditación exitosa, vale para cualquier época y cualquier grupo de futbolistas, este derbi es un buen argumento para convencerlo.