La clave

Errejón y la telenovela

Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, en una imagen de archivo.

Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, en una imagen de archivo. / periodico

Gemma Robles

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Iñigo Errejón apuesta fuerte. Cuando apenas llevaba unos meses centrándose en hacer oposición en  Madrid, sale (vuelve) a la pista de baile nacional. A seducir con un progresismo zen y pragmático a una abstención que asoma no la patita, sino medio cuerpo en el horizonte electoral. Cree que él y los suyos, limpios del pecado de no haber sabido dar a la izquierda un gobierno tras el 28-A, tienen un hueco. Y hasta un buen puñado de escaños esperando a la vuelta de noviembre, nutriéndose de votos de quienes para PSOE y Podemos eran ya inalcanzables. Se verá.

Tiene pulido su mensaje de arranque: llega para descabrear a los cabreados y a aportar los ladrillos que faltan a la casa común progresistacasa común, en la que habrá negociación programática si dan los números, avisa, en lugar de sillones que tirarse a la cabeza. Pero apunta a Ferraz que no dará cheques en blanco, como insinúan los morados, que ya le dibujan como un proyecto-robot del Ibex y los entornos sanchistas.

 Ante estos ataques, sonríe. Sabe lo que se le viene encima. O eso sugiere. Parece conocer su destino: o triunfa este invierno o difícilmente tendrá aire en un espacio donde le lloverán gritos de traidor a la causa. Mantiene el tipo. Busca diferenciarse a marchas forzadas de Sánchez y de Iglesias. De Pedro y de Pablo. Entonces, ¿tú de quién eres?, le preguntan y le preguntarán hasta la saciedad de ahora en adelante. De Manuela Carmena, de sus formas, y de la militancia, se limita a contestar el experto diseñador de campañas. Hasta ahora casi siempre ajenas.

Sabe Errejón que le persigue el morbo de su enfrentamiento con Iglesias. Antaño, su amigo. Después su adversario en una Asamblea en la que se midieron y partieron en dos el cielo que pensaban tomar por asalto. Él perdió en Vistalegre frente al pablismo y dio volantazos, hasta reinventarse. pero ahora pide que nadie se haga ilusiones, que no alimentará más "la telenovela". Que no alentará uno de los desamores políticos más seguidos de la democracia, después del pimpinélico episodio González -Guerra.