Aislacionismo suicida
Patriotas o globalizadores
El nacionalismo de Trump y Johnson no es la receta adecuada para un futuro que exige más cooperación internacional
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Joan Tapia
Donald Trump -preocupado por el 'impeachment'- no hizo en la asamblea de la ONU un discurso radical. Sí explicó el fondo de su tesis: "el futuro no es de los globalistas sino de los patriotas". Sorprende que quien pide al presidente de Ucrania -estado extranjero- que investigue a Joe Biden, exvicepresidente de su país y posible candidato demócrata a las presidenciales, se califique de patriota, pero...
Vayamos a lo principal. El patriotismo es sano, pero el futuro no puede ser de los nacionalistas que piensan que la única prioridad es su país. Quizás fuera posible en el siglo XIX, pero la gran depresión de 1929 y la crisis del 2008 ya evidenciaron que la buena marcha económica y el bienestar de un país no son sostenibles si la economía global se hunde. La bomba atómica también demostró que la seguridad requiere un marco mundial de distensión y control de las armas nucleares.
Y ahora el cambio climático está poniendo de relieve que la supervivencia del planeta exige una gran cooperación internacional. Un gobierno mundial es hoy una quimera, pero sin pasos serios en esa dirección correremos peligros.
Por eso cuesta entender el nacionalismo de dirigentes de países ricos y avanzados. Les puede dar dividendos en electorados sorprendidos -y quizás asustados- por los grandes cambios sociales, pero un futuro basado en la prédica proteccionista y nacionalista arriesgaría el suicidio colectivo.
Miremos a Gran Bretaña, la cuna del parlamentarismo, donde en el referéndum del 2016, con una campaña llena de falsedades, los abogados del 'brexit' ganaron por un 52% a un 48%. Gran Bretaña quedó partida en dos mitades casi iguales y enseguida quedó claro que salir de la UE, algo aparentemente simple, estaba lleno de dificultades. Theresa May, que sucedió al dimitido David Cameron, dijo al ser elegida “'Brexit' es 'brexit'”. Casi tres años después tuvo que dimitir porque el acuerdo negociado con la UE no lograba el aval parlamentario. No gustaba a los contrarios a salir de la UE (muchos quieren otro referéndum) y era fieramente combatido por los conservadores más ultras.
Boris Johnson sucedió a May prometiendo salir de la Unión, con acuerdo o a las bravas, el 31 de octubre. El Parlamento le ordenó: acuerdo u otra prórroga. Contestó suspendiendo el Parlamento y ahora el Tribunal Supremo ha declarado ilegal la suspensión. Nadie sabe que acabará pasando, lo que genera una gran incertidumbre. El nacionalismo ha degradado la tradicional democracia británica, ha llevado la guerra civil al poderoso partido conservador, está causando una perturbación económica y puede acabar en un referéndum escocés para salir de Gran Bretaña y permanecer en Europa.
Boris Johnson se cree Winston Churchill, que resistió a Hitler y sobre el que escribió un elogioso libro, pero su fobia a Europa puede acarrear la disolución y ruina de la Gran Bretaña. Todo lo contrario de lo que pretende.
El futuro no puede ser del aislacionismo, nacionalismo y proteccionismo que Trump y Johnson esconden apelando al patriotismo.
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