El precio del farol

La gran mentira

Nadie en el mundo porá entender una condena por algo que no sucedió

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Jordi Nieva-Fenoll

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Se demostró en el proceso. Se ha reconocido explícita o implícitamente por varios líderes independentistas. Hasta hay grabaciones en las que se reconoce directamente el “farol”. Todo el 'procés' utilizó indebidamente las fortísimas emociones legítimas de decenas de miles de personas de buena fe, simplemente con fines electoralistas. Los ciudadanos independentistas buscaban que sus políticos hicieran lo necesario para alcanzar la independencia, y esos políticos no hicieron absolutamente nada útil a tal fin, aunque no les faltaron estudios e informes al respecto, que nunca se ejecutaron. Todo era un enorme castillo de naipes. Dos años después, muchos se sienten engañados y no es para menos. Quizás también los propios políticos, emborrachados de fervor, se engañaron entre sí, y hasta a sí mismos.

Esa mentira se construyó solo para ganar las siguientes elecciones autonómicas, la única votación que realmente se podía celebrar, no ya jurídicamente, sino con un mínimo y elemental sentido del realismo. El problema es que esa mentira se la creyeron incluso en Moncloa, que hasta movilizó a miles de policías, operación que, visto lo visto, parece obvio que fue innecesaria y hasta contraproducente. Se creyeron el embuste también varios miembros de las fuerzas de seguridad, y muchos ciudadanos partidarios de la unión que se alarmaron bastante más de lo que cualquier partidario de la independencia podría imaginar. Y lo creyeron también algunos fiscales y jueces -ni mucho menos todo el colectivo-, y así, cuando la aplicación del artículo 155 ya había desbaratado todo este peligroso montaje en cuestión de horas, empezó inopinadamente el 'proceso del procés'.

Las consecuencias de que creyeran la mentira todos estos últimos colectivos fue la reacción desmesurada del poder del Estado para impedir algo que, en la realidad, ni estaba ocurriendo ni iba a ocurrir. Alguno de los presos, al menos, que sí que estaba informado de todo -quizá no todos lo estaban- debe de estar frotándose los ojos de incomprensión por estar sufriendo una situación derivada de algo que pudo aparentarse que sucedía, pero que jamás aconteció. Y no me refiero a la supuesta “violencia” que han querido ver los fiscales en el proceso, y que nunca existió. Es que en realidad ni siquiera se dio un paso para la consecución de una independencia pacífica. Ni uno. Se decía que se daba, y hasta se hizo una ficticia declaración pública de independencia, pero nunca se caminó hacia ese objetivo, más allá de alguna conferencia o entrevista en el extranjero en foros habitualmente amigos, o de algún movimiento, también en el extranjero, entre bambalinas e imperdonablemente ingenuo en un político, y cuya realidad solamente tiene un sustento en la rumorología. Esa misma 'radio macuto' que en octubre de 2017 decía que reconocerían la independencia de Catalunya países como Suiza, Israel, Canadá, las repúblicas bálticas, Eslovenia y hasta EEUU. Tremendo.

La pregunta que cabe formularse es cómo se ha podido enjuiciar seriamente, con el rigorismo que se ha hecho, semejante cúmulo de patrañas. La sentencia del Tribunal Supremo ya es inminente. Todos estos hechos fueron sorprendentemente calificados como “rebelión”, y es indiferente que ahora, como vuelve a decir la rumorología, acaben en sedición o conspiración para la rebelión o para la sedición, o quién sabe qué. Sea cual fuere la condena, si la hubiere, solo podrá contar con un hecho que no precisa prueba por ser notorio: que los acusados desobedecieron al Tribunal Constitucional, creando un peligroso e inútil conflicto institucional. Lo demás es una gigantesca posverdad, como muchos gustan decir ahora. ¿Se pueden enjuiciar las posverdades? ¿Va el Tribunal Supremo a seguir creyéndose que los acusados hicieron lo que nunca hicieron aunque decían que hacían? ¿Va a juzgarse una manifestación de protesta sin herido alguno y una movilización ciudadana simplemente para votar, como una rebelión o sedición?

Juzgada la posverdad en esa sentencia que todos esperamos, tarde o temprano habrá que rendir cuentas con el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y más antes que después con el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Y quizás antes, con la opinión pública mundial. Aunque la motivación de la sentencia comprenda cientos de páginas, nadie en el mundo podrá entender una condena por lo que jamás sucedió. De hecho, a día de hoy, nadie fuera de España ha entendido aún realmente la judicialización de un conflicto político de larguísima trayectoria histórica.

*Catedrático de Derecho Procesal de la Universitat de Barcelona.