Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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La ironía de Joaquín Rodrigo

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Hay un tópico muy difundido que afirma que, en la radio, la ironía no se entiende. Alguien debió de decirlo por primera vez y, desde entonces, todos lo han ido repitiendo como si se tratara de una verdad indiscutible.

Yo trabajo en la radio y les puedo asegurar que la ironía ahí se entiende tan bien (o tan mal) como en cualquier otro sitio. 

Quienes dicen que el medio radiofónico no es adecuado para la ironía suelen argumentar su postura afirmando que, al perderse lo visual, al oyente le falta la información necesaria para codificar que lo que se dice allí tiene un significado irónico. Si no ves guiñar el ojo –parecen decir– no sabrás nunca que te lo están guiñando. Pero olvidan que, si fuera eso cierto, la ironía tampoco se entendería en la literatura, un medio en el que tampoco podemos ver el gesto del que escribe. Y eso, imagino, es algo que ellos no defenderían jamás.

Los ciegos y los dobles sentidos

Pero podemos ir más lejos, reduciendo ese argumento al absurdo, y defender, por tanto, que todos los ciegos que respiran sobre el planeta Tierra carecen del sentido de la ironía. ¿No les parece lógico? Si en la radio no se entiende porque el oyente no ve, un ciego jamás podría captar los matices de una salida irónica. Johann Sebastian Bach, por poner un ejemplo célebre, hubiera perdido la ironía al final de su vida, cuando una operación negligente le dejó ciego, y Joaquín Rodrigo, que según sus allegados era un hombre con excelente sentido del humor, no podría haber sido irónico jamás. De nuevo, dudo de que nadie en su sano juicio fuera capaz de defender semejantes locuras.

A mi modo de ver, esa falsa idea acerca de la radio nació cuando algún director de emisora, incapaz de apreciar nada irónico, censuró un comentario humorístico que él no fue capaz de entender. Cuando le aclararon, con toda la humildad, que la intención era la contraria porque se trataba de un juicio irónico, el hombre –o la mujer–, incapaz de reconocer su carencia, desvió su incapacidad, proyectándola a toda la audiencia y dijo, por primera vez en la historia, una de las frases más tontas que pueden pronunciarse sin rubor: «En la radio la ironía no se entiende».

O se entiendo o no se entiende

Pero créanme cuando les digo que sí se entiende. Llevo muchos años en ese medio y conozco bien a los oyentes, entre otras cosas porque yo soy uno de ellos. Les aseguro que no necesitamos ver la cara de un individuo para saber cuando habla literalmente y cuando lo hace de modo irónico.

La ironía se entiende o no se entiende. Hay personas que la pillan y otras que no. Así de simple. Depende de la capacidad de cada uno para salirse de lo literal, en función del contexto, y volar un poco más arriba. Culpar a un medio de comunicación de ello demuestra que el que lo hace, además de tener que revisar su sentido del humor, atribuye a millones de personas una carencia de la que solamente él es responsable.