Análisis

La economía y la parálisis política

Lo más preocupante es que solo puede favorecer que la ciudadanía recupere la confianza en el futuro aquello en lo que esta menos confía

El Rey recibe a la presidenta del Congreso en la Zarzuela.

El Rey recibe a la presidenta del Congreso en la Zarzuela. / periodico

Jordi Alberich

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Para la economía, la ausencia de una mayoría parlamentaria estable, que venimos arrastrando de hace tiempo, constituye una adversidad que se agravará con la convocatoria de nuevas elecciones. Además, en la fase de menor crecimiento en la que nos adentramos, se hace aún más necesario el liderazgo de las administraciones. Se entiende, pues, el profundo malestar e indignación con que se vive esta nueva convocatoria.

Sin embargo, la economía española no genera preocupación en los países de nuestro entorno, quizás porque todo Occidente sufre una desorientación de fondo muy similar a la nuestra. A esa lectura tranquila desde el exterior, también contribuye que, pese al alboroto parlamentario y a diferencia de lo que sucede en muchos países europeos, las formaciones antieuropeas o antisistema son muy minoritarias en España. Así, se interpreta que cualquier resultado situará en el gobierno a partidos con propuestas económicas moderadas.

En cualquier caso, las consecuencias de la parálisis resultan preocupantes para nuestra economía pues dificultan, cuando no imposibilitan, el abordar los grandes retos del momento. Me refiero a cuatro ámbitos en que ello se percibe claramente.

En primer lugar, el gobierno de la globalización. Poco puede hacer un país como el nuestro, por sí solo, para conducir una economía global. Pero la Unión Europea sí dispone de capacidad para regular dinámicas que atacan la libre competencia y dañan las bases de nuestro modelo económico. En este sentido, la voz de nuestro gobierno puede resultar especialmente relevante en unas circunstancias en la que el eje franco-alemán necesita de un socio importante y comprometido con el proyecto europeo. Ausentes, por diferentes razones, Gran Bretaña e Italia, solo España puede desempeñar ese papel.

Esa misma globalización exige una mejora continua en la competitividad de nuestras empresas. La mayor responsabilidad recae en las propias compañías, pero determinadas políticas públicas, por ejemplo, en el ámbito de la digitalización, resultan urgentes.

A su vez, la acción de gobierno resulta determinante en las políticas sociales. La gravedad de la situación requiere de una búsqueda constante de actuaciones orientadas a los colectivos más vulnerables. Dos años de prórroga presupuestaria resultan terribles para la acción del Estado y las comunidades autónomas.

Finalmente, se necesita gobierno para hacer política. Sin el conflicto catalán, hoy tendríamos gobierno. Las diferencias en cómo abordarlo han resultado determinantes para no alcanzar un acuerdo entre los grandes partidos. Reconducir el conflicto e, incluso, aprovechar el mismo para una revisión en profundidad de todo nuestro modelo autonómico corresponde a la política. De no hacerlo, la economía, como estamos comprobando, paga las consecuencias.

Lo más preocupante es que solo la política puede favorecer que la ciudadanía recupere la confianza en el futuro. Curiosamente, en quien menos confía la ciudadanía es en la clase política. Y se entiende.