Al contrataque

Tiempo de Tenorios

Me doy cuenta de que tanto la campaña electoral, reducida a una semana, como el mismo domingo del voto, vienen a caer a primeros de noviembre, es decir, en terrenos del Tenorio

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. / periodico

Josep Maria Pou

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Sí, es decepción, por supuesto. Y frustración. Pero es, sobre todo, indignación. Tanta, que me obligo a tirar de las riendas y frenar las manos sobre el teclado para que no se desboquen con palabras soeces. Tampoco quiero aburrirles ahora con mi enfado a propósito de la repetición de elecciones. Así que, punto en boca y manos de seda, me olvido del cabreo y busco otros derroteros.

Me doy cuenta de que tanto la campaña electoral, reducida a una semana (hasta el momento es lo único bueno de esta convocatoria), como el mismo domingo del voto, vienen a caer a primeros de noviembre, es decir, en terrenos del Tenorio, una tradición –la de representar en esos días la obra de Zorrilla- prácticamente olvidada. Y me digo que, mira por dónde, van a ser ellos, los políticos en campaña, los que este año nos devuelvan lo perdido.

Me pongo a imaginar. Prescindo de la derecha del escenario (político) y miro solo a la izquierda.  Veo juntos allí, en la Hostería del Laurel, a Don Juan Tenorio y a Don Luis Mejía -son ahora Don Pedro (Sánchez) y Don Pablo (Iglesias)- los dos a cara de perro, blandiendo su listado de agravios y conquistas, desgranando cada uno su argumento.

Dice Don Luis (o sea, Iglesias): “La apuesta fue porque un día/ dije que en España entera/ no habría nada que hiciera/ lo que hiciera Luis Mejía”. A  lo que replica Don Juan (o sea, Sánchez): “Y siendo contradictorio/ al vuestro mi parecer,/ yo os dije: Nadie ha de hacer/ lo que hará Don Juan Tenorio./ Concluye Don Luis: “Y vinimos a apostar/ quién de ambos sabría obrar/ peor, con mejor fortuna”.  Siguen, luego, cada uno con su relación hasta unificarse los dos en los versos que culminan la escena: “Yo a las cabañas bajé/ yo a los palacios subí/ yo los claustros escalé/ y en todas partes dejé/ memoria amarga de mí”.

No me digan que no es de risa sino fuera tan lamentable. Todos jugando a Don Juan con el país. Y con la democracia. Todos queriéndo llevársela al rio. O al huerto. Todos a punto de ahogarla o enterrarla. Todo de pena.