LA CLAVE
El añorado bipartidismo
El 10-N, suspiran los añorantes, puede ser el inicio del regreso de la normalidad y estabilidad de los dos grandes partidos
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Un suspiro de melancolía sobrecoge a añorantes de izquierda y derecha: esto, se lamentan, con el bipartidismo no pasaba. «Esto» es que los españoles hayan sido convocados a votar cuatro veces en cuatro años; que las investiduras hayan dejado de ser un trámite para convertirse en un culebrón sin fin y sin gracia; que el rey Felipe VI ha tenido que convocar siete rondas de contactos en cinco años de reinado mientras su padre solo tuvo que hacerlo 10 veces en casi 39 años.
Los culpables del bloqueo, claman los melancólicos, son los partidos de nuevo cuño, lo que convenimos en llamar nueva política. Ellos han traído las siete plagas a la vida pública y los parlamentos: el postureo y el populismo; la demagogia y la levedad intelectual; las camisetas con mensaje y los peinados extravagantes; la frivolidad y la fragmentación; la sopa de siglas, la empanada mental y el empacho de irresponsabilidad. El bipartidismo, suspiran, era más sencillo y eficaz. Dos partidos, un Gobierno, una oposición, las bisagras nacionalistas, no hacía falta mucho más. Claro que no hay cultura de la coalición, cómo va a haberla, si nunca ha hecho falta.
"Como los demás"
Una íntima satisfacción también estremece a los añorantes del bipartidismo. A la nueva política se la acusó, con razón, de irrumpir en el escenario con una superioridad moral insufrible: se decían más jóvenes, más modernos, más guapos, más limpios. Con el tiempo, saborean los melancólicos, han demostrado ser «como los demás»: solo les interesa el poder. Habrase visto, que un partido político anhele el poder, una desfachatez.
El 10-N es, para los añorantes, el inicio del regreso del bipartidismo. En sus cábalas y cuentas los nuevos pagan el pato del electorado irritado y desorientado. Puede ser. Pero no tanto como para desaparecer. Como tampoco se irán tendencias sociales como la fragmentación, las redes y la horizontalidad. Y la noche del 10-N regresarán de nuevo las líneas rojas. Y los vetos. Y los cinturones sanitarios. Y Catalunya, como el elefante, seguirá estando en la habitación. Porque igual es eso, los efectos de la crisis catalana y el veto a los partidos independentistas catalanes, uno de los grandes motivos de que España haya ido cuatro veces a votar en cuatro años. Igual.
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