Los retos de la igualdad

Interseccionalidad islamista

Una parte del feminismo de raíz musulmana no denuncia el machismo que sufren las mujeres; impone la idea de que las representativas son las que reivindican la religión como hecho identitario y lo muestran externamente

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Najat El Hachmi

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El silencio, siempre la ley del silencio. Los vamos acumulando y por eso resulta tan difícil hablar. Les pido a algunas mujeres que me cuenten quién las hace callar y de qué forma. Mimunt Hamido, una activista española que lucha contra las discriminaciones que sufren las mujeres nacidas en entornos musulmanes, me dice que la acosan por redes sociales plataformas contra la islamofobia. Cuando se pronuncia en clave feminista contra el islam, la amenazan con denunciarla por delito de odio. Qué paradoja: leyes que fueron pensadas para garantizar las libertades individuales se vuelven en contra de quien también ha sufrido el racismoPor eso la palabra 'islamofobia' resulta peligrosa: pone el foco en la discriminación de la religión, no de las personas. “Pero si yo fui apátrida”, me cuenta esta melillense indignada ante la indiferencia de ciertos sectores de la izquierda o del feminismo que callan ante los insultos y las amenazas.

Controladas por las redes

“Cuando era pequeña mi madre me revisaba con agresividad para comprobar que seguía siendo virgen.” Me lo cuenta otra mujer (en este caso no quiere dar su nombre) que, tras haber salido de un entorno opresivo, a menudo se plantea si no sería mejor callar, no alzar la voz contra las injusticias porque dar testimonio público conlleva represalias. Las presiones son tremendas. A las redes se han trasladado el control de la familia, el barrio o el pueblo de origen. Un insulto habitual es el mismo que utilizan los racistas: mora de mierda. Otro ataque frecuente es la expulsión de la propia pertenencia: ser condenada a un exilio emocional, que se nos niegue el apoyo familiar, ser forzadas a la más absoluta soledad. Obligadas, por supuesto, a extirparnos de nosotras mismas la propia infancia. Como si el origen fuera propiedad de quienes se autoproclaman sus guardianes.

Aun así la situación se ha vuelto todavía más complicada. Antes, irte lejos podía ser una solución. Dura, pero una solución. Ahora las leyes de la tradición, la religión y el grupo te persiguen donde parece posible la libertad. Vivíamos más tranquilas cuando ni tíos ni primos lejanos tenían Facebook. “A mí también me vigilaban constantemente la virginidad. Con 15 años, cuando vieron que salía con amigos españoles, me secuestraron literalmente, me llevaron a Marruecos para casarme con un primo y al negarme me quitaron la documentación. Me fui de casa, pero las presiones eran tan grandes que me vi obligada a volver. Y me casé porque era la llave a mi libertad.” No es más que un pequeño fragmento del testimonio de una mujer que describe situaciones que ponen los pelos de punta. Násara, una activista que en Twitter se hace llamar Sahrawi Feminist, se expresa con claridad, se describe como una víctima del islam político e ideológico y también es atacada continuamente por hablar, simplemente. De ascendencia saharaui, a ella también la expulsan de su identidad. Me cuenta que a su madre le dan ataques de ansiedad porque cree que van a matarla. No duda en defender los derechos del colectivo LGTBI, cosa que también le vale el azote de los enfurecidos.

El constructo 'mujer musulmana'

Es triste descubrir el nivel de fanatismo de quienes dicen luchar por los derechos fundamentales. Algunas teóricas del feminismo hablan de interseccionalidad, pero los testimonios de muchas de estas mujeres demuestran que la palabra que más se ajusta es 'encrucijada'. Quienes tienen poder para influir en las instituciones, los medios públicos y la política ya han ocupado la vacante de la intersección del feminismo de raíz musulmana, pero no para denunciar el machismo que sufren las mujeres, sino para imponer la idea de que las representativas son las que cumplen como es debido con el constructo 'mujer musulmana'”: son las que reivindican la religión como hecho identitario y lo muestran externamente obedeciendo sumisamente los mandatos del patriarcado que impone cierta indumentaria solamente a las mujeres. Nunca hablan de situaciones como las arriba citadas porque, nos dicen, sería dar alas a la extrema derecha. Es decir, que en este caso, el cruce no es entre raza y feminismo, sino entre machismo y feminismo.

En otros tiempos las feministas lo tenían claro: ante realidades como esta había que alzar la voz sin distinciones de procedencia. Hoy, algunas, por suerte solo algunas, expertas en género nos alertan del peligro del discurso feminista cuando proviene de 'minorías'peligro . Vienen a decirnos que nos esperemos. Que cuando se acabe el racismo seremos libres para hablar sobre nuestro machismo.