La situación política

Diagnóstico catalán y diagnóstico español

Las lecturas de la realidad que hacen Sánchez ("conflicto interno catalán") y Torra ("momentum") se retroalimentan, y tienen un mismo problema: solo conectan con la realidad de manera periférica y circunstancial

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Enric Marín

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La paradoja de la política catalana y española es que en el caso de la primera solo un proceso electoral desbloquearía la situación, mientras que en el caso de la segunda vamos a unas elecciones perfectamente innecesarias. De hecho, todo está conectado. La política catalana vivirá una situación de bloqueo hasta que no se den tres supuestos. En primer lugar, que se imponga de forma clara una lectura realista de los hechos de octubre de 2017 y de sus consecuencias. En segundo lugar, hasta que no se haga pública y se metabolice socialmente la sentencia del Supremo. Y, finalmente, hasta que no se creen las condiciones políticas que permitan aprobar unos nuevos presupuestos. Condición indispensable para garantizar una gobernación consistente.

Lo que permitirá deshacer el nudo del 'impasse' de la política catalana es, precisamente, la resolución del primer supuesto: ¿qué diagnóstico que se acabará imponiendo? El de aquellos que consideran que hay que encontrar la oportunidad ("momentum") para agudizar el conflicto con los poderes de Estado y culminar de forma unilateral el proceso de autodeterminación, o el de los que consideran que estamos instalados en un conflicto político de largo recorrido en el que el proyecto soberanista solo podrá culminar con mayorías sociales más contundentes. La decantación entre las dos visiones se irá produciendo en los próximos meses, pero solo podrá ser sancionada por un nuevo reparto de cartas en un proceso electoral. Previsiblemente, antes del verano de 2020.

La apuesta del republicanismo catalán

Aunque los líderes políticos españoles parecen ignorarlo, el bloqueo de la política catalana paraliza la política española. El éxito de la moción de censura que situó a Pedro Sánchez en la Moncloa parecía romper la parálisis de la política española. Esta, por lo menos, fue la apuesta del republicanismo catalán. Pero la administración que ha hecho Sánchez de los resultados de las elecciones del pasado abril ha vuelto a cerrar la situación. Básicamente, por dos motivos. O dos incomodidades. Incomoda un Gobierno de coalición con la izquierda que representa Podemos. E incomoda aún más que la estabilidad de este Gobierno dependa de los votos del republicanismo catalán. La primera incomodidad expresa la incapacidad de apostar por políticas inequívocamente socialdemócratas cuando se está anunciando la consolidación de un nuevo ciclo de severa ralentización del crecimiento económico, y la segunda incomodidad demuestra incapacidad o falta de voluntad para afrontar de cara el conflicto democrático planteado por las reivindicaciones del soberanismo catalán.

Todo hace pensar que Sánchez y su jefe de gabinete, Ivan Redondo, se encuentran más cómodos volviendo tan pronto como sea posible a un esquema de bipartidismo imperfecto, y aplicando en Catalunya la "plantilla vasca". La misma receta que se aplicó para neutralizar el plan Ibarretxe: en un contexto represivo favorecido por la existencia de ETA, apostar por la idea de la división en el seno de la sociedad vasca y promover un Gobierno "constitucionalista" basado en un pacto entre PSOE y PP liderado por Patxi López. La insistencia de Sánchez de que no existe un conflicto entre Catalunya y España, sino un conflicto en el seno de la sociedad catalana es congruente con esta receta. Pero el diagnóstico que avala la receta falla en la premisa básica: la situación de la sociedad catalana actual no tiene paralelismos significativos con la situación de la sociedad vasca de hace 10 o 15 años. Las semejanzas son más aparentes que sustantivas. La ausencia o presencia de violencia marca de forma rotunda las diferencias entre el dos procesos.

Condiciones altamente improbables

Independientemente, de si la base del diagnóstico de Sánchez está fundamentada o no, la receta propuesta requiere que se cumplan dos condiciones: en primer lugar, que después de un nuevo proceso electoral en Catalunya, Miquel Iceta estuviera en condiciones de formar un Gobierno alternativo al republicanismo catalán. Es decir, un gobierno formado por el PSC, Ciudadanos, PP ... y los Comuns. Sin estos últimos, parece imposible que salgan las cuentas. Previamente, las elecciones del 10-N deberían hacer posible la irrelevancia política del republicanismo catalán en las Cortes españolas. Y ambas condiciones parecen altamente improbables, por no decir quiméricas.

De hecho, las lecturas de la realidad que hacen Sánchez (“conflicto interno catalán”) y Torra (“momentum”) se retroalimentan, y tienen un mismo problema: solo conectan con la realidad de marera periférica y circunstancial. El diagnóstico real es más complejo. Y en pocos meses se hará evidente para unos y otros.