Análisis

El jugador

La agónica cuenta atrás no indica otra cosa que la disposición de Sánchez a jugar de nuevo. Eso sí, con las encuestas favorables bajo el brazo, que es como jugar con las cartas marcadas

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Sergi Sol

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Dostoyevski plasmó en ‘El jugador’ la adicción al juego, a la ruleta, rusa en este caso, tentando la suerte acompasada con la convicción de que la bolita va a caer en el número deseado. La ruleta es un adictivo juego de azar que saquea el bolsillo ajeno y causa la desgracia. La llamada ruleta rusa, en particular, es además un juego macabro. Se carga el tambor del revólver con una sola bala, se gira y se aprieta el gatillo a ciegas. Las probabilidades de salir con vida son de cinco entre seis si esa es la capacidad del tambor. Eso si no se insiste en tentar de nuevo a la suerte. Si toca el premio gordo salta por los aires la tapa de los sesos del desventurado jugador.

Sánchez ha tenido en vilo a media España con sus negociaciones infructuosas con Podemos mientras sigue suplicando la abstención del PP y de Ciudadanos. La agónica cuenta atrás no indica otra cosa que la disposición del jugador a jugar de nuevo. Eso sí, con las encuestas favorables bajo el brazo, que es como jugar con las cartas marcadas. La demoscopia favorable a Sánchez es su mayor incentivo para forzar elecciones de nuevo mientras en Torra es su mayor desincentivo, lógico también. Cabe decir, para no olvidar de donde venimos, que Sánchez se presentó a las elecciones aireando como principal baza el espantajo de la derecha. Y cargando contra ERC por no aprobar los Presupuestos, aunque en su trámite ignorara sobremanera a los republicanos. Tantas triquiñuelas para luego implorar el apoyo de esa derecha pese al clamor de unas bases que coreaban con júbilo ‘con Rivera, no’. Pues hay que joderse porque al final ha sido que con Rivera, sí. Ese Rivera que compareció alargando la mano cuando en realidad era el pistoletazo de salida a una nueva carrera electoral. Sus condiciones, las de siempre, aporrear Catalunya.

La paradoja de Sánchez no es menor. Creció un palmo precisamente por enfrentarse al ramillete de expresidentes socialistas que le exigían abstenerse para permitir la investidura de Rajoy, a lo que se negó tozudamente. Se salió con la suya, con mucha dignidad y algunos rasguños. Y luego se impuso contra pronóstico a la presidenta andaluza, en las elecciones internas del PSOE. En ese tránsito incluso recuperó una retórica de antaño, de cuando Zapatero hablaba de la España plural o incluso de la plurinacionalidad, hoy casi un anatema. Pues bien, lo que aupó a Pedro Sánchez a la presidencia del PSOE, su negativa a votar la investidura del PP, es precisamente lo que hoy exige a sus adversarios de la derecha castiza, como ya hizo Rajoy con él mismo en su día, que formulen una abstención patriótica para arrinconar a los diputados de ERC (cuyos votos sí son imprescindibles mientras los de Puigdemont lo fueron en la Diputación de Barcelona) y no ceder a las pretensiones de Pablo Iglesias, al que ninguneó. Tal vez hoy, Pablo se haya dado cuenta del inmenso error que cometió en julio, cuando no aceptó tres ministerios y una vicepresidencia. No haber aprovechado esa mano tendida de Sánchez, aunque algo rácana, le permite al Jugador volver a lanzar la bolita. E igual no cae en rojo.