La invasión pública en Catalunya
El 'procés' y los dineros
He repetido, en Barcelona y en Madrid, que si no se corrige el mezquino trato que recibimos, la independencia llegará. Está en los signos de los tiempos
Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
Josep Oliver Alonso
Se acerca el momento de la sentencia. En este momento difícil, quizá sea adecuado apartarse del ruido mediático, detenerse y evaluar dónde nos encontramos en las relaciones económicas con España. En este ámbito, y por más que el velo de los errores independentistas lo oculten, no puede olvidarse que su saldo es profundamente desequilibrado.
Otras veces he señalado mi oposición a un ‘procés’ que, al margen de otras consideraciones, ha roto una visión de Catalunya, frágil y en construcción, meritocrática y de acogida. Lastimosamente, esta no es ya hoy la situación. Y, en lo tocante a los imaginarios colectivos, reconstruirlos es particularmente difícil.
Si el independentismo ha cometido errores de bulto, hay que convenir que la España que Madrid representa no le va a la zaga. Porque continúa siendo cierto que Catalunya transfiere más recursos de los que recibe; como también lo es que su participación en la inversión del Estado las últimas décadas (sí, ¡décadas!) supera escasamente el 10% del total, cuando representamos el 15% de la población, el 20% del PIB, el 23% de los impuestos, el 25% del turismo y por encima del 27% de las exportaciones de bienes. Por ello no extraña que continuamente se eleven voces, como hace poco hacía Foment del Treball, exigiendo el final de esa discriminación. Frente a esta realidad, ¿cuál es el trato?: desconsideración de los Gobiernos estatales o, quizá, simple desprecio hacia las necesidades de inversión en Catalunya.
Anclados en el pasado
¿Por qué regreso hoy a un debate con sabor tan añejo? Porque en lo tocante a la inversión pública del Estado continuamos anclados en el pasado; y este regresa, en un continuo 'déja vu', de donde lo dejamos las dos últimas veces: en el Estatut de Maragall-Castells (2004/05) o en la propuesta de pacto fiscal de Mas (2012). Y aunque el conflicto político lo tiñe todo, no vayamos a caer en la ingenuidad que los dineros no constituyen un aspecto muy relevante del mismo. Y si no al tiempo: lo veremos de nuevo cuando se hable de las finanzas autonómicas.
Estos días, el ejemplo ha sido Renfe. Sus retrasos, cancelaciones e incidencias de la pasada semana, sumados a otros problemas del verano, forman parte ya del tradicional paisaje catalán, como también se integran en él las líneas únicas de ferrocarril, como la Vic-Barcelona. No parece lo más adecuado que, para conectar la capital de España con todas las de provincia, tengamos una de las redes más amplias de AVE del planeta (y con mayores pérdidas) conviviendo con unas líneas de cercanías del pasado. Finalmente, y para no cansar más al lector, ¿cómo habría que calificar la situación de las obras del AVE de la estación de la Sagrera? ¿Hay alguien que crea, sinceramente, que si estuviera en Madrid llevaría más de una década empantanada? En conjunto, ¿qué refleja todo lo anterior? ¿Desconsideración hacia millones de usuarios del Área Metropolitana de Barcelona? ¿Insulto a la inteligencia? Defínanlo como deseen, pero esta situación no es de recibo. Porque, al final del día y guste o no, refleja la emergencia de una incómoda verdad: la de la crónica falta de inversión pública.
Catalunya es una sociedad compleja, de múltiples identidades, lenguas e ideologías. Al mismo tiempo, es económicamente avanzada y generadora de riqueza, para sus ciudadanos y para los que quieran venir de fuera. Pero nada está dado para siempre: en este mundo globalizado, en profunda transformación tecnológica y crecientemente competitivo, las inversiones públicas son básicas para elevar la productividad, y mantener un nivel de vida que ya ha caído por la emergencia de otras naciones.
Es cierto que en el ‘procés’ no todo es economía. Y que los sentimientos son determinantes para entender buena parte de lo sucedido. Pero vayan con cuidado aquellos que aspiran a responsabilidades gubernamentales en Madrid, tanto desde la izquierda como de la derecha. Porque los sentimientos no se alimentan únicamente de himnos, banderas o recuerdos míticos de un pasado que no regresará. Justamente en esta nuestra época beben, se refuerzan y profundizan en la convicción que a los ciudadanos catalanes se nos trata como si fuéramos de segunda categoría. Una convicción que, lastimosamente, los hechos confirman tozudamente.
Desde hace años, defiendo ante mis amigos favorables a la separación de España que, que hoy por hoy, la independencia no es posible. Pero también he repetido, en Barcelona y en Madrid, que si no se corrige el mezquino trato que recibimos, la independencia llegará. Está en los signos de los tiempos.
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